Opinión | Oblicuidad

‘The White Lotus’, el sabor del mes en el hotel

El modelo de esclavitud implantado por Netflix te interpela sobre cuánta televisión eres capaz de soportar. El coloso ha pecado en su dieta por exceso, los dóciles humanos no consiguen engullir la programación y la sobreabundancia de manjares conduce al ayuno. The White Lotus no figura en el catálogo de la plataforma que sintetiza el fenómeno de las teleseries, pero se ha convertido en el artefacto de cultura popular de la temporada, aunque cabría advertir que este artículo se escribió el pasado jueves. El sabor del mes, lo llaman los yanquis.

Una serie icónica significa que te gusta porque antes les ha gustado a otros. Se agradece la recomendación, pero es un sabor de segunda boca. Si esta imagen resulta repulsiva, se ha incluido aquí porque coincide con el regusto que deja The White Lotus. Por respeto a quienes no la han visto, y sobre todo a quienes no piensan verla, en su primera temporada describe las vacaciones en un complejo turístico hawaiano de una decena de norteamericanos desahogados, pero no infinitamente millonarios. Es una recreación en clave de comedia negra de Vacaciones en el mar, con incursiones distintivas en la pornografía y la escatología, pero sin decantarse abrumadora por ninguna perversión. Un Fassbinder interruptus.

Un producto cultural ha triunfado cuando merece un análisis marxista. The White Lotus aborda la lucha de clases entre la burguesía rampante y el proletariado constreñido a mostrarse más servil que servicial, polarizado en el director del complejo turístico. La serie se trasladó en su segunda temporada a Sicilia, y cumple a rajatabla con la única ley de la narración contemporánea. A saber, ningún personaje debe caer simpático, aunque los clientes aventajan en degradación a los sirvientes, que solo delinquen por contaminación.

The White Lotus ha elevado a categoría planetaria una evidencia superficial, las personas no cambian al disfrazarse de turistas. En cuanto a la realización, queda claro que todo el mundo ha metabolizado su Sorrentino, sin llegar al virtuosismo cinematográfico reciente de Decision to Leave o Tar. La pantalla se nos llenará ahora de espías introducidos en la habitación que vigilan, y de narraciones sincopadas. Todo vale, si sirve para concluir que el fenómeno de mayor aceptación de la humanidad es también el más incomprensible. No se trata de la televisión, sino del turismo.

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