Opinión | Crónicas galantes

Cupido en horas bajas

Se practica cada vez menos el sano deporte del amor y no digamos ya el de la lujuria, si hemos de creer a algunas encuestas. Puede que, simplemente, nos hayamos vuelto más sinceros al contestar a los encuestadores, aunque los sexólogos atribuyen esta caída de la libido al estrés, la ansiedad, el acelerado ritmo de trabajo y otros gajes de la vida moderna. Ellos nos darán la clave tan pronto consigan ponerse de acuerdo.

Mientras tanto, la fácil explicación es que vamos más viejos. Las flechas de Cupido vuelan más fláccidas que nunca en los países occidentales por razones en las que no será preciso abundar.

Obsérvese, un suponer, el caso de España. La edad media de la población era de unos tiernos 29 años allá por 1975, cuando el Caudillo tuvo la amabilidad de dejarnos solos. Ahora es de casi 45 años, y subiendo, lo que demuestra palmariamente que con Franco éramos más jóvenes. No hará falta decir que también más activos en la cama por meros motivos hormonales.

Años atrás, cuando la terrible crisis financiera de 2008, los erotólogos del momento no dudaron en vincular la escasez de dinero con la falta de interés por el sexo. Razón no les faltaba, en apariencia. Cuando la economía se viene abajo parece natural que también decaiga el ánimo y flojeen ciertos mecanismos imprescindibles para la práctica de las artes de Venus.

La depresión económica —y psicológica— sería entonces la causa de que la gente no estuviese para diversiones, aunque resulten tan baratas y accesibles al pueblo como la fornicación. Lo malo es que ese argumento ya no vale.

Los de ahora son tiempos de relativa bonanza y, por tanto, buen ánimo; pero aun así sigue menguando la afición de los españoles a los dulces placeres horizontales del lecho. Por más que suban las pensiones y el salario mínimo, no hay quien levante la moral o lo que sea menester a la ciudadanía. Ni siquiera el Gobierno.

Peor están en Japón e incluso en los Estados Unidos, si vamos a dar crédito a los sondeos realizados en esas naciones de gran potencia económica pero no tanto de la otra, al parecer. Casi la mitad de los matrimonios japoneses, por ejemplo, confiesan que pueden pasar meses enteros sin hacer uso de lo que tiempos se llamaba el débito conyugal.

Poco consuelo ha de traernos la comparación, si se tiene en cuenta que este que fue país de Don Juan se va quedando despoblado de Tenorios y de señoras raciales con la navaja en la liga. Un razonable pudor nos priva de contar con estadísticas tan precisas como las de otros países, pero todo sugiere que la impar Carmen de España se parece cada día más a la de Merimée. Y de los donjuanes ya ni hablamos.

Empieza a quedar claro que lo único que sube aquí es la edad promedio de la población, que allá para el 2035 —pasado mañana, como quien dice— superará ya los cincuenta años. Los jubilados serán legión entonces, con las dificultades que eso supone para la ejecución de ciertas tareas fatigosas, si bien placenteras.

Esto no lo remedia ni el Día de San Valentín, por más toneladas de pasión, ternura e inflamados sentimientos que hoy hagan crujir imparcialmente los corazones de los enamorados y las cajas registradoras del comercio. Solo falta que Cupido pida cita en la Seguridad Social.

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