Opinión | inventario de perplejidades

Los venidos de otros mundos

Los nacidos en la década de los cuarenta del siglo pasado vivimos el apogeo del fenómeno OVNI, es decir, de la aparición en el cielo de objetos extraños, de origen y propósitos desconocidos. Unos (todavía sin terminar la Segunda Guerra Mundial) creyeron ver en ellos probaturas de lo que Hitler llamaba el “arma definitiva”. Otros, en cambio, apuntaban a la presencia de naves pilotadas por seres extraterrestres venidos desde el fondo de la galaxia para informarse de primera mano sobre la evolución de la especie humana, que ofrecía síntomas preocupantes de belicosidad, sobrepoblación, explotación irracional de su medio, índices alarmantes de contaminación de las mega-ciudades etc,etc.

Las especulaciones fantasiosas sobre la identidad de lo que empezó a llamarse “platillos volantes” por la forma de su dibujo dio lugar a una avalancha de testimonios sobre avistamientos. Pilotos de aviones, tanto de guerra como comerciales, aseguraban haberlos visto evolucionar desde sus cabinas. Y reportaron informes a las autoridades encargadas de regular el trafico aéreo. Muchas de esas denuncias fueron luego desmentidas como fenómenos atmosféricos, satélites artificiales y ensayos de nuevas armas. El cine y la literatura se hicieron eco de esa inquietud planetaria y ahondaron en el caso. En ese sentido son remarcables La guerra de los Mundos de H. G. Wells o el conocido como el Ciclo de Trantor (Fundación, Fundación e Imperio, y Segunda Fundación) de Isaac Asimov.

En lo que se refiere al cine es inevitable destacar la enorme broma con la que el polifacético Orson Welles hizo creer a la audiencia radiofónica que se estaba produciendo una invasión de la Tierra por seres extraterrestres.

A la hora en que escribo este artículo sigue la polémica en los medios sobre la identidad de los globos detectados por las autoridades norteamericanas, canadienses y chinas. Las dos primeras creen haber resuelto el problema destruyendo los objetos todavía no identificados con unos misiles. Esa actitud agresiva nos induce a pensar que tienen la seguridad de no estar disparando contra un objeto extraterrestre. Lo contrario sería una irresponsabilidad clamorosa. A los que nos visitan desde el espacio sideral hay que suponerles una superioridad técnica abrumadora. El ternurismo de E.T. no debe llamarnos a engaño. Todavía no conocemos seres vivos que no se alimenten de otros. Y a lo peor formamos parte de su menú.

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