Opinión | Crónicas galantes

Pepe Gotera en el ministerio

Dos altos cargos de Transportes han dejado de ser ambas cosas —cargos y altos— por no haberle tomado bien la medida a unos trenes que deberían circular por vías del norte y resultó que no cabían en los túneles. No consta que los responsables de Renfe y Adif adjudicasen el diseño de los convoyes a Pepe Gotera y Otilio, la famosa pareja de Ibáñez; pero lo cierto es que la altura de los vagones excedía a la de los pasadizos. Y no pasaban, contra toda lógica.

En situaciones así de embarazosas hay que ser imaginativo. Como aquel ministro al que informaron de que el mayor número de víctimas en un accidente ferroviario se producía, estadísticamente, en el vagón de cola. Con excelente criterio, el mandamás ordenó que se suprimiese el último vagón de los trenes: y asunto resuelto.

La actual ministra del ramo ha sido algo más convencional a la hora de tomar medidas. Lejos de ordenar el derribo de los túneles para adaptarlos al tren, Raquel Sánchez ha destituido equitativamente a un responsable de cada una de las dos empresas públicas implicadas en el error. En estos casos, lo habitual es cargar la culpa a un conserje del ministerio: así que algo vamos avanzando.

Felizmente, el descuadre en las proporciones de trenes y túneles fue advertido antes de que comenzase la fabricación del material, lo que evitó que los gastos fuesen aún mayores. Por desgracia, el error obligará a diseñar de nuevo los trenes, con el inevitable retraso que en principio se ha calculado en un par de años. Solo es de esperar que el cálculo del tiempo sea más preciso que el de los metros de altura de los vagones.

Se diría que las medidas no son el fuerte del Estado, al menos en España. El caso de los trenes tenía ya un curioso precedente en el de la nueva y sofisticada flota de submarinos que construye para la Armada una empresa pública. También en el caso de los sumergibles fue necesario añadirle diez metros a su eslora original para compensar el exceso de tonelaje previsto. De no ser así, los submarinos se hundirían —que es lo suyo— pero no podrían salir de nuevo a flote, según constató una asesoría estadounidense contratada al efecto. El problema se ha resuelto ya, aunque sea a cuenta de triplicar los costes y demorar en más de diez años la ejecución del proyecto.

Todo esto parece propio de lo que Luis Carandell definió en su día como Celtiberia Show; pero tampoco hay por qué flagelarse en exceso. Cosas así suceden en otros países, incluso más desarrollados que el nuestro.

Contra lo que pudiera parecer, España es una potencia en la fabricación de trenes, buques e infraestructuras de todo tipo.

Aunque el Estado no siempre sepa tomar medidas —incluso en sentido literal—, las empresas españolas llevan decenios obteniendo contratos en todo el mundo. Han construido metros en Latinoamérica, trenes que van como balas por los desiertos de Oriente Próximo, autopistas en los Estados Unidos; y puentes y líneas de tranvía en Australia. También trenes que, por supuesto, caben perfectamente en los túneles.

Otra cosa es que la excelencia de la industria particular no se corresponda con la de un Estado famosamente lento en sus procesos que a veces parece ser tributario del espíritu de Pepe Gotera. Aunque el gasto vaya a todo tren.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents