Opinión | La espiral de la libreta

Alma en pena y otras expresiones ‘demodés’

Alma en pena es una locución de otra época. De pequeña, como era un poco sonámbula, me lo decían a veces en casa si me despistaba por las noches de camino al lavabo, sobre todo si llevaba puesto alguno de los camisones blancos de la primera comunión. “¿A dónde vas, que pareces un alma en pena? Vuelve a la cama”. En cualquier caso, es una lástima que haya desaparecido una descripción tan poética, referida a quienes, vivos o muertos, andan rumiando cuitas pendientes. Pero así es el idioma, un crisol que alumbra nuevos conceptos y funde los viejos, como los adjetivos tunante y cantamañanas, este último proveniente del Siglo de Oro. Ya nadie los dice, tal vez porque se ha disipado la inocencia que encierran. Vivales también se encontraba en vías de extinción hasta que Albert Soler lo desenterró para hablar de Puigdemont en Waterloo; en realidad, fue el padre del periodista quien desempolvó el término. El mío emplea a menudo la repanocha. O cada mochuelo a su olivo.

Pero a lo que íbamos: entré en el cine seducida por el título de la película, Almas en pena de Inisherin, y por lo que prometía la sinopsis; esto es, el desmenuzamiento de por qué dos hombres dejan de ser amigos de la noche a la mañana. Entré en la sala, ay de mí, aun habiendo leído la crítica que Carlos Boyero dedicaba al filme de Martin McDonagh en El País: que le parece “una gilipollez”, escribió, aunque reúna numerosas candidaturas a los Oscar. Una, que no sabe de cine, no se atrevería a tanto. El paisaje dramático de las irlandesas islas Aran deja sin habla, la ambientación está muy conseguida y merece elogio el trabajo de los actores principales, el que interpreta al violinista presa de la desesperación (Brendan Gleeson) y el que encarna al pastor (Colin Farrell), el amigo abandonado.

El problema no radica en que la trama se reduzca a la mínima expresión (puedes sostener una peli o una novela con dos cañas argumentales). La pifia está en la inanidad de los personajes, apenas carcasas vacías que se mueven como autómatas. Total, que salí del cine con hambre. A dos velas, otra expresión que también va perdiendo fuelle.

En verdad, es raro que una amistad se rompa así como así, de no mediar la traición o la deslealtad. A un amigo, a diferencia de una pareja, se lo perdonas casi todo. No le pides, no le exiges; está ahí, y lo sabes sin que tenga que estar repitiéndotelo. El transcurso del tiempo o los vaivenes geográficos pueden deshilachar la cuerda, pero el nudo permanece prieto. En cambio, al amor lo tensa su propia fecha de caducidad. Es el espejismo del amor lo que a veces, en ocasiones, puede convertirte en un alma en pena cuando se consume su llama.

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