Opinión
Enríquez Negreira, el Barça y la decadencia del fútbol
En pleno esplendor, nadie imaginaba que pudiera caer el Imperio romano. A pesar de los primeros síntomas de decadencia, las bacanales siguieron como si tal cosa. Mientras los nobles vomitaban para poder seguir comiendo lo que no necesitaban, los bárbaros, mucho menos civilizados, fueron ganando posiciones hasta disolver la principal maquinaria bélica y administrativa de la historia. Viendo lo que pasa en el mundo del fútbol, uno tiene la sensación de que está ocurriendo algo parecido. El desfile de tres de los últimos cuatro presidentes del Barça por las radios y las televisiones explicando con total naturalidad que pagaban facturas millonarias por informes inexistentes a Enríquez Negreira, uno de los jefes de los árbitros, tiene aire de vómito en plena bacanal. Que haya un negocio consistente en pagar a un dirigente arbitral para que explique a los clubes cómo actúan sus colegas o es un pozo sin fondo de corrupción o es el colmo del despilfarro. Como se demostró en el Mundial de Qatar, el fútbol se ha salido de quicio. De ser un deporte convertido en espectáculo ha pasado a ser un espectáculo con deporte. Lo último es este salvoconducto que han tenido que librar los abonados del Barça para que puedan entrar al campo quienes utilicen sus carnets para evitar una invasión de aficionados del club visitante. Vamos, que ni la directiva confía en que los socios vayan al campo por su compromiso con los colores ni porque disfruten del juego del equipo. El fútbol es tan negocio que los aficionados pasan a ser sospechosos de estraperlistas a los que hay que controlar. Sabíamos de la vileza de los dirigentes y de la petulancia de los jugadores, pero ahora descubrimos en carne viva los trapicheos de los árbitros y de los seguidores. En el fútbol no queda nada mínimamente auténtico. Está a punto de ser espectáculo sin deporte, por eso una parodia como la King’s League compite con la Liga casi en pie de igualdad, como hicieron los desarrapados bárbaros del norte con los centuriones. La decadencia propia del final de los imperios.
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