Opinión | Inventario de perplejidades

De curas y de periodistas

Muere en Vigo, ciudad donde pasó la etapa más feliz de su vida, Ceferino de Blas, que fue director de Faro y cronista oficial, entre otras dedicaciones. Yo lo conocí cuando era cura de una pequeña parroquia cerca de Oviedo, actividad que desempeñaba haciéndola compatible con la de periodista en La Voz de Asturias. Era un curioso maridaje porque la primera de ellas obliga a guardar el secreto de confesión y la segunda, todo lo contrario. Pero Ceferino lo llevaba muy bien y si alguno se extralimitase lo perdonaba sobre la marcha sin imponerle la breve penitencia de un padrenuestro y tres avemarías.

Oviedo, la ciudad desde la que el ourensano Padre Feijóo libró grandes batallas contra la superstición, los prejuicios y el oscurantismo reaccionario fue el área de evangelización del joven Ceferino. Una tarea no demasiado enojosa porque en la práctica se limitaba a recomendar a la grey periodística que no se bebiese más de la cuenta, (¿y quién era capaz de llevar esa cuenta?). En cierto modo, Ceferino vino a normalizar la presencia de los curas en la redacción de los periódicos. Una experiencia casi tan morbosa como la que provocaban las mujeres. Contrasta esta actitud con la que ejercieron aquellos curas a los que Clarín describió en La Regenta, su libro inmortal, como poseedores de “distinción profana”, es decir, de aquellos que gustaban de brillar en sociedad. Como don Fermín de Pas, el Magistral de la Catedral de Vetusta en la novela, que acaba por mostrar el costado lujurioso de su personalidad.

Nunca entendí por qué hombres que desempeñaron funciones de sacerdotes durante una etapa de su vida ocultan esa circunstancia como si fuera pecado. No obstante, conocí a bastantes que sufrieron tormentosos episodios en el tránsito. Traté a algunos como el Polesu o su primo Manolo Hevia, que antes y después no dejaron de ser alegres. Por eso mismo, no acabo de entender cómo Víctor de la Concha, que luego fue catedrático en Salamanca y presidente de la Real Academia Española, no menciona en su biografía que ejerció de cura en Oviedo. Y este sí que tenía “distinción profana”.

También coincidí con José Luis Corbato, el párroco de Sama de Langreo, en la presentación (clandestina por supuesto) de la Junta Democrática del Valle del Nalón. La Iglesia siempre tuvo la habilidad de estar en todas partes, ese don de la ubicuidad que aprendieron del Espíritu Santo.

La muerte de Ceferino de Blas me deja triste y melancólico. Y también a mi hijo Jacobo y a mi hija Laura, a los que apadrinó el día eucarístico por excelencia. Fue un hombre bueno.

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