Opinión | Al azar

Lebron y Jordan, Nadal y Federer

El baloncesto solo interesa a ráfagas, tan fugaces como el propio desarrollo del juego. Aprovechas un resquicio, te extiendes en consideraciones sobre el deporte con canastas, y observas cómo se desvía la atención de quien acaba de formularte la pregunta que hoy es inevitable, ¿LeBron James es mejor que Michael Jordan? No lo es, pero habrá que llenar el resto de la contribución. Sin apearse de la brevedad que exige el básquet frente a los interminables discursos futbolísticos, Jordan es a LeBron como Federer a Nadal. Con otra salvedad, porque se necesitarían tres campeones suizos para igualar a la estrella de los Bulls.

Al calibrar la comparación, Jordan y Federer cuentan con la ventaja imparable de la originalidad. Desde un estilo muy próximo al ballet, ambos inauguran una nueva variedad del estrellato en su respectivas disciplinas. Se erigen en canónicos, modelos a imitar o a los que compararse. Con todos los respetos, nadie asociará a LeBron o a Nadal con el baile clásico. Son músculo, poderío bruto, determinación, virtudes ligadas a la dispensación de energía. Alguien matizará aquí que Nadal puede disputarle a su amigo suizo la condición de mejor tenista de la historia. Es posible, y constituye otra ventaja de Jordan sobre el gigante que obtendrá cuarenta mil puntos por delante y delante de Kareem Abdul Jabbar. A propósito, suele olvidarse que el ganador de seis anillos de la NBA con los Bulls promedia treinta puntos por partido, tres más que el aspirante a su trono desde los Lakers.

Jordan inventó el estrellato contemporáneo, así en baloncesto como en tenis, fútbol y demás deportes menores. De hecho, gana más dinero desde que se retiró. Kobe Bryant fue un imitador musculado, que perfeccionó los movimientos de su ídolo, y el todoterreno LeBron acaba con el baloncesto como deporte de equipo. Despliega una superioridad exuberante pero exasperante, acapara los roles de la función. Un oso grandullón que bota mal el balón sin perderlo, que tira más veces que nadie, que come del plato de los compañeros. Con su impronta, el resto del equipo ya no juega a baloncesto. Juega a la estrella de turno. A Doncic, por ejemplo.

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