Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Pandas, pandillas,… y el caos

Buenos días, señores y señoras. Espero que sigan bien y que, si son de su agrado e interés estas fiestas, las disfruten muchísimo. Y si, en cambio, han preferido descansar u optar por algún plan alternativo, que les vaya fenomenal en tal empeño. Si es que en la diversidad está el gusto…

Nadie dudará de que los Carnavales son las fiestas en la calle por excelencia. No tiene sentido disfrazarte para que luego nadie te vea, por lo que son los espacios comunes los que adquieren el colorido, la algarabía y la fuerza característica de estas fechas, su gran intensidad. Supongo que es por eso que hay pocas personas a las que los Carnavales les dejan indiferentes. O eres un enamorado de estos días o te gustan muy poco. Y todo ello hasta extremos superlativos en aquellos lugares en que el Carnaval no es una propuesta más, sino que transmuta todo su entorno hasta extremos indescriptibles. En Galicia tenemos buenos ejemplos de ello: pretender estar en Xinzo, Laza u otros lugares emblemáticos del Carnaval sin tomar parte de él o siendo refractario al mismo es difícil. Cada calle allí huele y sabe a Carnaval.

En fin, saludados ustedes, hoy les quiero hablar de algo que también tiene que ver con la calle, y que genera noticias estos días, sobre un trasfondo muy preocupante de deterioro social. Va de bandas. De pandillas juveniles, a tenor de los últimos movimientos policiales y de la investigación y detención de miembros de una de las más conocidas en España. Va de terror, de extorsión y de gran cantidad de problemas.

Miren, la actividad delictiva por parte de determinadas bandas juveniles es uno de los grandes azotes en diferentes capitales del continente americano, y de otras partes del mundo. En contextos sociales muy polarizados, con mucha pobreza de los más frente a un muy pequeño sector adinerado y blindado, tales pandillas han estropeado la convivencia, tomado las calles y suponen un peligro en el día a día para la supervivencia de las personas, para su economía y su integridad física. Practican la extorsión, todo tipo de apropiación de lo ajeno, asaltan, violan y llevan a cabo asesinatos, para cuya descripción los tabloides de la zona se quedan con frecuencia sin sinónimos. Recuerdo alguna portada, estando en Centroamérica, donde se daba cuenta de tantos asesinatos que, para no repetir los titulares, se utilizaban verbos hasta entonces inéditos para mí: ultimar, balear, finalizar… junto con otros más conocidos, como finiquitar, ejecutar o liquidar. Y, en todas las noticias se hacía referencia a pandilleros, a integrantes de esas organizaciones hoy absolutamente fuera de control, con infiltración en diferentes estamentos de la sociedad, y que es completamente imposible erradicar.

¿Pero cuál es el origen de la actividad de las bandas? Pues la pobreza, la desigualdad y la exclusión. Imagínese que es usted un chico de diez u once años que ha nacido en una colonia que no es más que un barranco por el que discurren aguas fecales, con chabolas muy precarias a ambos lados de la cloaca. Toda su familia —los que sobreviven de los montones de hermanos y los padres, si están vivos— se dedica a la rebusca en un basurero tan cercano que sus lixiviados se juntan con las fecales en el asentamiento. Esnifa pegamento, como todos los de allí, intentando “volar” fuera de su asfixiante, deprimente y triste realidad al menos una parte del día. ¿Qué le parece el panorama? Pues es en tal caldo de cultivo donde las pandillas encuentran su cantera. Y es que ese niño de once años tiene dos posibilidades: o pudrirse el resto de su vida entre basuras, pegamento, el fétido río que atraviesa varias veces cada día descalzo y sueños de una vida mejor, o… la luz. Y esa luz significa barra libre de droga y alcohol, chicas, una recortada para imponer su ley, y no más de ocho o diez años —por término general— para brillar antes de aparecer sus despojos en cualquier cuneta, ser acuchillado cien veces en una cárcel o morir en cualquier tiroteo en la calle. Muchos niños en tales circunstancias optan por lo segundo, y les aseguro que no es fácil ponerse en su piel e intentar comprender o criticar su decisión.

¿Por qué les cuento todo esto? Porque en España ya hay cierto movimiento de pandillas vinculado a la violencia, y porque es el momento de permanecer alerta y no dudar en actuar con decisión, desde muchos frentes. El fenómeno de las pandillas crece en fases como en la que estamos, de mayor dinámica de exclusión y mayor brecha social. Y dejar que el mismo prolifere sería una enorme torpeza, porque no tengan duda de que las pandillas —o maras— son un fenómeno que contribuirá a dinamitar la convivencia. Es bien cierto que no toda pandilla juvenil está en tal línea, y que incluso conozco trabajos críticos que hablan de la oportunidad de ciertos sectores de volcar sobre las “maras” buena parte de la actividad delictiva surgida desde otros segmentos de la sociedad. De acuerdo, y eso también merece una reflexión. Pero, aún así, no se puede dudar del nivel de implicación actual —real y evidente— de tales pandillas en el delito y en el deterioro de la convivencia de las sociedades amenazadas por ellas. Miremos alrededor… saquemos conclusiones y no nos quedemos quietos. Actuemos con ímpetu contra la desigualdad… pero tengamos bien controlado al germen de lo que puede ser una verdadera debacle.