Opinión

Nuestros perros

Tenía muchas ganas de escribir sobre nuestros perros y cuando me decidí a hacerlo la primera duda que tuve fue el “título”: ¿nuestras mascotas? o ¿nuestros perros? Actualmente, se ha extendido mucho el nombre de “mascota”, pero no me convenció mucho esta palabra porque significa “animal de compañía”. Y cuando fui a ver al Diccionario de la RAE el sentido de “de compañía” es: “Dicho de un animal doméstico: que se tiene por la sola utilidad de su compañía”. Y eso me pareció que era decir muy poco sobre lo que puede llegar a significar un perro.

Como prueba de lo que puede ser un perro para su dueño, me permito recordar el epitafio que dedicó Lord Byron a su perro Boatswain, al que le escribió:

Aquí reposan

los restos de una criatura

que fue bella sin vanidad,

fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad

y tuvo todas las virtudes del hombre

y ninguno de sus defectos.

El gran poeta del Romanticismo añadió que esas palabras constituirían una absurda lisonja si estuvieran escritas sobre cenizas humanas, pero agregó que no eran más que un justo tributo a la memoria de Boatswain, el perro nacido en Newfoundland en mayo de 1803 y que murió en Newstead el 18 de noviembre de 1808.

Y es que reducir la utilidad de un perro, aunque le llamemos animal de compañía, al solo hecho de que nos acompañe es no solo una visión miope de lo que éstos pueden suponer para su dueños, sino casi un acto de ceguera, entendida en el sentido de efecto que ofusca la razón.

A lo que antecede agrego que no me gustaría comparar, como hizo brillantemente Lord Byron, al perro con el hombre. Y si tuviera que hacerlo, como se verá más adelante, no me centraría en las virtudes que destacó el sexto barón de Byron. Porque si he de ser sincero, no todos los perros me parecen bellos, los hay que sí lo son y más que muchos de sus congéneres. Pero también hay razas que son verdaderamente feas, aunque sus dueños las quieran ilimitadamente. Tampoco sabría medir la vanidad de un perro y si ésta es una característica que puede predicarse de ellos.

Aunque no pude tener ningún perro antes de casarme, fueron varios los que tuve a lo largo de mi vida. El primero, se llamaba Tom y me lo regalaron cuando él ya tenía seis meses y al que desgraciadamente solo pude disfrutarlo apenas unos meses, porque lo atropelló un automóvil cuando cruzaba una carretera. Y no me avergüenza reconocer que lo lloré amargamente durante algún tiempo. Pero como un clavo saca otro clavo, sin que apenas me diera mucho tiempo para añorarlo un gran amigo, ya fallecido, me regaló un perro de montaña de los Pirineos, llamado Ahros, al que le dediqué el primero de los cuentos con el que me inicié en la literatura. Luego vinieron otros, guardando un recuerdo especial de Toby un schnauzer estándar, de color sal y pimienta, que fue el que más impacto causó en la familia y lo recordamos con frecuencia.

Pues bien, todas la vivencias que tuve con estos seres maravillosos me movieron a escribir unas palabras sobre los perros en mi penúltima novela El afeitador de muertos que reproduzco seguidamente como honor a tan maravillosos animales de compañía y mucho más. Estas reflexiones se realizan sobre un perro que era de un mendigo que falleció y al quedarse solo se fue con Toliño, el principal protagonista de la novela, al que le puso de nombre “Grelo”:

“El perro quiere y es fiel a su dueño, a pesar de que no tuvo ninguna posibilidad de elegirlo, sino que fue éste quien lo escogió a él. Pero ningún dueño podrá negar que una vez que el can lo consideró su amo, se entregó a él sin reserva alguna. Y es que al perro no le importa si su amo es rico o es pobre, si es guapo o es feo, si es alto, bajo o contrahecho; en fin, si vive en una gran mansión o es un sin techo. No le importa el pedigrí. El can es feliz a su lado por el solo hecho de estar junto a él, y prescinde por completo de cómo le haya ido a su dueño en la vida. Y lo que todavía es más relevante, lo quiere para siempre, no deja de estar a su lado aunque le dé poco y mal de comer o le pegue.

No sé si se pueden comparar los perros y los humanos, pero no tengo la más mínima duda de que ellos son mejores con nosotros que nosotros con ellos. Nosotros cuanta más riqueza poseemos, más selectivos nos volvemos al adquirirlos. Escogemos la raza (a ellos les da lo mismo cuál es la de su dueño), buscamos a los que tengan el mejor pedigrí (a ellos les da igual que seamos marqueses, condes o pordioseros), y una vez que los tenemos no digo que no los queramos, pero sí que hay quien los tiene sobre todo para presumir”.

No sé si lo que sienten los perros por nosotros es amor u otra cosa distinta que, por desgracia, desconocemos los humanos. Habrá quien diga que más que amor, lo que hacéis es someteros al que manda. Es posible que haya algo de eso, nunca he sido perro, ni ningún perro me explicó qué sentía por su dueño. Pero si se tratara solo de someterte a mí, este sentimiento es incapaz de explicar por sí solo tu fiel e inquebrantable entrega a una ser tan despreciable como yo. La conclusión era que “No existe ningún ser vivo en el mundo que sienta por alguien un afecto tan sincero y desinteresado, como el perro hacia su dueño”.

¿Cómo se explica si no que Argos hubiera esperado por Ulises 20 años y que muriera en paz al reconocerlo, moviendo la cola? ¿no era Argos más que un perro de compañía? ¿No fue también un ejemplo de lealtad?