Opinión | El correo americano

Secesión

La congresista Marjorie Taylor Green sueña con un “divorcio nacional” en Estados Unidos. Este proyecto de separación, que fue anunciado por la republicana de Georgia en las redes sociales como la inevitable conclusión a la que llega uno tras haberse pasado unas cuantas horas despejando dudas con los colegas en un pub, consistiría en dividir el país entre los “estados azules”, dominados por una izquierda woke y antiamericana, donde los inmigrantes ilegales imponen sus costumbres y a los niños se les adoctrina con la ideología de género, y los “estados rojos”, el paraíso terrenal para la gente de bien, libre de impuestos y de pecados, donde los padres están a cargo de los programas de las escuelas de sus hijos y todo patriota tiene derecho a tener un arma.

Sus declaraciones recibieron críticas de demócratas y republicanos, quienes interpretaron el comentario como lo que en realidad era: un disparate peligrosamente inconstitucional por el cual el país ya hizo una guerra. Cuando le plantearon la posibilidad de que algunos demócratas podrían mudarse de casa e invadir ese territorio ideológicamente independizado, la congresista sugirió no concederles a estos el derecho al voto durante cinco años. La ocurrencia tuvo una comprensible repercusión en los medios de comunicación, porque Green, además de ejercer de tertuliana en los bulliciosos programas de la derecha alternativa, es una representante de todos los ciudadanos de su estado, progresistas y conservadores, cristianos y ateos, blancos y negros, que tiene voz en los comités y voto en el Congreso, donde ganó legítimamente su escaño.

Preocupa entonces, como es lógico, que semejantes propuestas se planteen no solo bajo el techo de ciertas instituciones, sino que los autores de dichas propuestas prosperen en la política bajo el amparo del partido. A lo largo de su historia, las cámaras legislativas siempre alojaron a extremistas más o menos histriónicos. Pero éstos tendían a ser apartados de los lugares en los que los adultos tomaban las decisiones. Cuando los más radicales e irresponsables se pusieron al mando, hubo que asumir las consecuencias. Ahí está el legado oscuro de Joseph McCarthy, ahora universalmente condenado, quien tanto daño hizo a las libertades públicas, y los demócratas segregacionistas, quienes, empecinados en sostener legalmente el racismo sistémico, como les advirtió su compañero Lyndon Johnson, acabarían siendo arrojados al basurero de la historia.

Green sigue acumulando sus minutos de fama a costa de unas provocaciones que, por el cargo que esta persona ostenta, hay que tomarse en serio. Pero su éxito se constatará cuando su nombre aparezca en los libros de texto y en ellos se cuente la historia de una congresista que, en internet, decía defender una suerte de secesión por, entre otras cosas, el cambio climático y el uso de los pronombres.

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