Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Los afanes del eslabón más vulnerable

Seguimos, amigos y amigas. Camino ya hacia la primavera, a la que le falta para llegar poco más que dos telediarios. Esperemos que, sin embargo, aún quede mucho que llover, porque el fantasma de la sequía sigue ahí, pese a la recuperación de los pantanos y los acuíferos en los eventos de gran pluviosidad de hace unas semanas. Pero hay que estar vigilantes, porque la situación cambia de uno a otro extremo con relativa facilidad, y es primordial un mayor nivel de lluvias para afrontar un verano con garantías de no tener ningún problema en tal sentido.

Mientras, la vida sigue. Se concatenan todo tipo de acontecimientos, que conforman el día a día. Unos son positivos, y nos proporcionan alegría y fuerza. Otros, por el contrario, son mucho menos queridos. Luctuosos, a veces, con importantes niveles de destrucción e incluso muerte. No les hablo hoy de la guerra que todo lo mata, que sigue en curso, porque la misma fue objeto íntegro en una de las últimas columnas. Pero sí de otros sucesos trágicos, que a veces nos dan que pensar.

Y hoy, ya ven, me pongo en Grecia. Pienso en sus infraestructuras ferroviarias presuntamente obsoletas, como ha sido denunciado una y mil veces por trabajadores del sector, que siguen reafirmándose en sus apreciaciones después del trágico accidente que ha dejado ya al menos cincuenta y siete personas fallecidas. Y, leyendo sobre el particular y con todas las cautelas posibles, al estar la investigación todavía en curso, me asalta la misma sensación que en algunos de los últimos acontecimientos trágicos, de tipo accidental, que han sacudido nuestras conciencias en nuestra tierra. La sensación de que, a pesar de la existencia de fallos de base, de decisiones de otros mucho más poderosos sobre diseño o de estrategia, el pato lo paga al final aquel que no tenía poder ni fuerza para haber cambiado todo ello. Aquel, mucho más vulnerable, al que le tocó estar en el peor lugar en el peor momento. Y que, aceptando que tiene una parte de culpa en lo sucedido, a veces importante, es evidente que no es el único ni el que ha sentado las bases para tal desaguisado.

Porque, miren, el error humano existe. Y si tú comandas un petrolero vetusto y obsoleto, pero que sigue surcando los mares y superando todos los controles establecidos, no es tan raro que pueda pasar algo, te equivoques tú o no. Si eres maquinista y afrontas una curva en una línea ferroviaria que exige bajar la velocidad de forma importante, y no hay mecanismos automáticos que lo ejecuten o lo recuerden si tú te despistas, o que directamente paren el tren, la situación es de por sí crítica. Y si eres un jefe de estación y tienes que lidiar con situar en diferentes vías a los distintos trenes, y los sistemas automáticos no funcionan, y parece que tampoco los semáforos, puedes confundirte algún día y que se produzca una fatídica colisión. Si todo ello lo tienes que hacer una sola vez, lo más probable es que no pase nada. Pero si has de pasar por semejante responsabilidad cada día, basta que en una sola de tales jornadas estés un poco menos fino, para que se arme la de San Quintín. Y, claro, lo que tiene que pasar acaba aconteciendo. Pero tú no eres el único culpable. No, no eres el único culpable.

Eso debió de pensar el Ministro de Transportes heleno, cuando presentó de forma inmediata su dimisión tras el accidente. No porque fuese conduciendo uno de los trenes, o porque fuese el Jefe de Estación que ya ha sido imputado. Simplemente porque, entiendo, es partícipe de que no se dan las circunstancias en el país para que los trenes circulen con seguridad, estando las infraestructuras como parece que están. Pero “Spain is different”, y habiendo cosechado una nómina de fallecidos mucho mayor aquel 24 de julio, nada de eso aconteció en la plana mayor de los “pensantes” del Ministerio afectado o de los demás altos directivos del ramo.

Ya me dirán qué opinan ustedes. Yo pienso que, en sucesos de tales características, es al eslabón más débil de la cadena al que todos culpan. Alguien que al final es el que se equivoca, porque se equivoca, pero obviando el hecho de que errar es parte de la condición humana, y de que quien repite mil o diez mil veces el mismo proceso necesariamente lo hará mal en alguna ocasión. Se equivoca él, sí, pero en el fondo lo hace porque el sistema le permitió tal fallo e incluso le abocaba al mismo, porque los procedimientos —de existir— no estuvieron a la altura. Y eso, en los casos mencionados, es igual que decir que el sistema automático no funcionaba, que alguien despachó los papeles de un buque que no estaba ya para muchos trotes, o que nadie debía de haber pensado que se puede pasar de 200 a 80 kilómetros por hora antes de una curva, solamente confiando en la memoria del maquinista, que está también a otras cosas. Sorprende que en pleno siglo XXI, cuando se nos llena la boca hablando de inteligencia artificial, alta tecnología y automática, esté todo tan manga por hombro, y que haya culpables o presuntos culpables que parece que, desde el principio, hayan estado destinados a serlo, por un sueldo muy contenido y sin prebendas. Mientras, los otros deciden, recortan y estipulan, ganan a espuertas y parece que, además, quedan blindados cuando fruto de lo que pontifican, por acción u omisión, pasa algo grave... “C’est la vie...”.