Opinión | tribuna

García Bodaño, Chipperfield y el reverso de las mareas

La última marea se ha llevado a Salvador García Bodaño. Los océanos necesitan reclamar poetas, para cantar con sus sirenas la belleza herida, la verdad condicionada por la estética sutil de la inspiración y de la palabra, rota la armonía por el feísmo desmesurado de la necesidad de vivir, de ubicar sustentos y de urbanizar con ambición inarmónica monstruos que hipotecan de por vida. Sin compensación, la pleamar nos trajo a Chipperfield y quizás nos demos cuenta de que es un camino entre los surcos.

García Bodaño, Chipperfield y el reverso de las mareas

García Bodaño, Chipperfield y el reverso de las mareas / Alberto Barciela

Desde Teis, la prolongación holística, la que propugna la concepción de cada realidad como un todo distinto de la suma de las partes que lo componen, se entiende mejor cada arena de Arealonga en Chapela, un refugio que preserva vagamente un horizonte, que suple los bárbaros rellenos del Arenal o de Ríos, los que acabaron con las playas en forma de conchas que jalonan uno de los más ensalzados puertos naturales del mundo y el que más hermosura paisajista sacrificó.

García Bodaño encontró un mar de piedra, Compostela, un piélago removido por incesantes olas de pisadas que buscan no se sabe qué en se sabe dónde, una credulidad esperanzada entre una burocracia fría, atormentada, desmedida, aplazada sin soportales, descreída de sí misma, que acoge cada verdad ideológica con cierto pasmo, y a veces los oculta tras versos intencionados y sutiles, remanso de amigos y complacencia de admiradores, de la música extraíble por una inspiración romántica, por amor a Galicia que “é isto que vai en nós/ e que nos leva/ camiño aberto nos sulcos/ onde todo é por vir e non chega...”. En Santiago varó la sede de la Fundación RIA, que entiende el suelo como un recurso limitado por lo que es necesario proteger los valores que sustentan la calidad de vida de un territorio, por lo que hay que promover proyectos alineados con la sostenibilidad ambiental, económica y social de nuestro territorio —lo que no ocurrió en Teis ni en Chapela, ni en tantos otros Paraísos posibles y ya ausentes—.

David Chipperfield encalló de manera voluntaria en Corrubedo, cual ballena enamorada de la virginidad de la Galicia más inmaculada. Es parte del milagro que traen las mareas cuando suben, las que en su flujo rellenan sin destrozar, modifican sin alterar, ocupan su lugar y respetan lo que no le corresponde, restauran y preservan, y aportan nuevas complicidades de las que es posible extraer sin sobreexplotar.

Las mareas semejan el respirar del mar, ese inhalar y exhalar de aguas lentas y reiteradas, es el jadear de la misma vida, como un gran estómago. Todo se transforma ante nuestros ojos balbucientes. De las cenizas surgen brillantes reinterpretaciones de sublime estética, como Tempo de Compostela o Berlín. Del recuerdo de Bodaño y el reconocimiento de Chipperfield se amalgama ya una escuela de saber estar y hacer. Un poeta es un arquitecto de palabras y un arquitecto puede hacer poesía del urbanismo.

La orilla es un lugar desde el que admirar un universo inmenso que la luz yodada apenas deja intuir. Hay que abordar las circunstancias con una cierta predisposición para reconocer a los genios. Bodaño y Chipperfield son de una estirpe inspirada y generosa. Las mareas tiene sus reveses y sus reversos.

Suscríbete para seguir leyendo