Opinión

El mediador

El propio título ya indica que estamos ante algo que puede tener tintes oscuros al precisar de un mediador, figura en sí misma enigmática, fría y calculadora. Los hay que son mediadores en cosas más o menos banales de la vida y están aquellos que sirven para mediar entre los caprichos, la lujuria y el procedimiento y enriquecimiento ilegales de unos pocos que se creen a salvo de todo y con derecho a todo.

En Shakespeare tenemos el ejemplo de un mediador económico, usurero, en la obra El mercader de Venecia, hombre hecho de despojos que sentencia: “El contrato no te da una gota de sangre. Dice expresamente: una libra de carne. Conque llévate lo tuyo, tu libra de carne; mas si al cortarla viertes una gota de sangre cristiana, tus tierras y bienes serán confiscados, según las leyes de Venecia”.

Siempre hay un mediador cuando las cosas que se proyectan tienen un futuro comprometido al margen de la ley, porque ese mediador propicia la extorsión para, llegado el caso, dar favores a cambio del cobro de determinadas comisiones, algo semejante a lo que hacía el usurero de El mercader de Venecia: extorsionaba para ganar, siempre ganar.

En estos últimos días en España ha saltado a los medios de comunicación el caso Mediador, un caso en el que todo resulta repugnante, previsible y que bien pudiera corresponder a esa España de hombres hombres, que solo parecían encontrar el placer engañando, abusando del cuerpo de mujeres casi niñas y drogándose entre grandes sorbos de whisky, al tiempo que repartían sobres repletos de billetes.

Por eso resulta un caso tan repugnante y mezquino, porque nos trae lo peor de nosotros mismos y nos recuerda que abusar de una muchacha entre borracho y drogado es casi un acto heroico, y de ahí que no temieran ser fotografiados esnifando, ni abrazados a cuerpos de prostitutas, medio desnudos y sabedores de que su madurez se impuso cuando las preguntas dejaron de ser importantes, porque era mejor no conocer ninguna respuesta. Tan simple como desolador.

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