Opinión | El trasluz

El alma y las cenizas

Una señora telefoneó a uno de esos programas nocturnos de la radio que tanto consuelo nos dan a los insomnes. Contó que vivía sola y que tenía la tele encendida las 24 horas del día y que se había acostumbrado a verla como si fuera una chimenea cuyo fuego reducía o avivaba con el mando a distancia. Manejaba con gran habilidad el control de intensidad de los colores, de forma que podía provocar en la pantalla verdaderos incendios cromáticos seguidos de tonos grises y apagados que evocaban el puñado de cenizas que quedan en el hogar al final de las tardes de invierno. La locutora le preguntó si no prestaba atención alguna a los contenidos de los programas y dijo que no, que los contenidos se los sabía todos. La tele solo le interesaba ya en calidad de chimenea.

–Por cierto —añadió—, que ayer la aticé tanto con el mando a distancia que los colores se salieron de la pantalla e incendiaron el salón. Prendieron primero en los marcos de los cuadros que hay encima del aparato y luego las llamas de colores se extendieron a las cortinas y a la mesita baja del café y a la alfombra. Todo ardía, incluso el aire se llenó de fogonazos rojos, azules y amarillos que prendieron también mi bata de andar por casa. Toda yo me inflamé en cuestión de segundos: mi pelo, mis piernas, mis muslos, mis pechos, mis caderas…

–Se quedaría abrasada —intervino la locutora en tono condescendiente.

–Abrasada, no —respondió la señora— porque los colores no queman. Además, enseguida reduje la intensidad con el mando a distancia y los principales focos del incendio se sofocaron, quedando reducidos a cenizas invisibles.

–¿No quedan restos, pues? —insistió la conductora del programa.

–En el exterior, no, ninguno.

–¿En dónde entonces?

–En mi corazón —respondió la mujer—. Mi corazón se queda lleno de cenizas de color gris, cenizas que lo van cubriendo y que ahogan sus latidos, cenizas que lo entierran poco a poco. Moriré de eso, de las cenizas que dejan las llamas de colores en mi alma.

Dicho esto, colgó y eso fue todo.

Suscríbete para seguir leyendo