Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Al buen tiempo, mala cara...

Saludos, señoras y señores. Viento en popa a toda vela, nos dirigimos a velocidad de crucero hacia la ya inminente primavera. Y aquí seguimos, tratando de navegar a veces con viento cruzado, sorteando los escollos que existen en cualquier mar y aferrados a la rueda del timón cuando la tempestad arrecia. Nada nuevo bajo el sol, ya saben. Mientras, los teletipos —si es que existen aún— escupen la actualidad a ritmo de vértigo, haciendo suya una vez más la máxima de Heráclito de Éfeso de que todo es continuo devenir. O, como hubiera dicho la inolvidable Mercedes Sosa con su inconfundible voz y estilo, de que todo cambia.

En todo ese entramado que conforma dicha actualidad que muda con vida propia, suenan con fuerza estos días las cuestiones meteorológicas, recurrentes donde las haya. Pero cuidado, que mucho de lo que pueda parecer circunstancial es posible que tenga que ver con un patrón mucho más definido, de naturaleza climática. Por eso hay que ser prudentes ante ciertas ideas, que a veces pueden no dejarnos ver realidades mucho más complejas —y, a veces, peligrosas— de lo que podamos entender a primera vista. Me explicaré.

La cuestión es que vienen días de calor o mucho calor en la parte más mediterránea del país. Saliendo del invierno, para muchos particulares esto es leído en clave de casi un “maná”. Entiendo que la industria que vive de ello, en especial la hostelera y la del turismo, vea con esperanza y alegría tal realidad. Y que muchas personas desempolven su ropa más veraniega, o quizá su utillaje para los deportes náuticos, y se alegren por ello. Pero de ahí a que desde algunos medios esto se recoja como algo netamente positivo, va un mundo. Porque no podemos caer en la tentación de que todo “buen tiempo” es, en realidad, bueno. Y más en un Mediterráneo especialmente castigado por la sequía, para el que se planean ya medidas muy extraordinarias si no cambia la tendencia y no llueve en estos últimos meses antes del verano. Y a ver qué pasa por aquí, en el Atlántico, que las cosas tampoco están muy claras...

Miren, hablar de climatología es hacerlo sobre muy sensibles equilibrios. Y el hecho de que las precipitaciones se reduzcan en nuestra franja climática y la temperatura media aumente, es asumir la existencia de problemas importantes. Para el medio ambiente, por supuesto. Pero también para las personas, que son una parte del mismo, y desde muy diferentes puntos de vista. Desde el de la producción de los alimentos, por ejemplo, pero también desde el control de plagas, atendiendo a la salud pública y también a razones de disponibilidad hidrológica, muy relacionadas con todo lo demás. O teniendo que ver con efectos ya a corto y medio plazo en la disponibilidad de tierras, en los modos de vida y en las implicaciones para las poblaciones afectadas. La exacerbación de determinadas tipologías climáticas es ya una realidad, y su plasmación en eventos meteorológicos concretos, tales como temporadas excepcionalmente cálidas o secas, no puede ser motivo de dicha o de euforia desde el punto de vista de la comunicación pública. ¿Por qué? Porque su efecto fuera del muy corto plazo será, siempre, mucho más negativo que positivo.

La amenaza climática va mucho más allá de hasta donde muchas personas se imaginan. Fíjense que, fruto del calentamiento global, podrían verse comprometidos grandes generadores de patrón climático, tales como la Corriente del Golfo. ¿Se dan ustedes cuenta de lo que esto podría significar? Para entenderlo basta fijarse en que Nueva York y A Coruña están a la misma latitud, por ejemplo, y en que el clima de la primera es mucho más extremo, en términos de frío en invierno y calor en verano, que en la segunda. Y, ¿por qué tal variabilidad en una misma latitud? Pues precisamente esto es debido a la existencia de tal Corriente del Golfo, responsable también de otros beatíficos efectos en nuestra Galicia. Como digo al comienzo del párrafo, un cambio en la dinámica global a partir del sobrecalentamiento de nuestra atmósfera puede tener efectos nunca pensados ni descritos, por ejemplo en la variación de la trayectoria u otras características de tal descomunal chorro en aguas profundas. Y aunque no conviene en absoluto rasgarse las vestiduras o entrar en pánico colectivo, sí hay que cuidar especialmente lo que se cuenta, no vaya a ser que una buena parte de la población se vea encantada con los nuevos patrones climáticos —¿se acuerdan de “Galifornia”?— y se produzca una mayor desafección entre el necesario cuidado medioambiental y el anhelo de nuestra conciudadanía. Hay que ser cautos.

De ahí viene el título del texto de hoy, con el que quiero llamar su atención. No se trata de que, literalmente, pongamos mala cara al buen tiempo, ni mucho menos. Pero sí que comprendamos que la concatenación de días secos y cálidos, especialmente si es fuera de su contexto natural, será mucho más perjudicial para nosotros, a la larga, que un tiempo mucho más variado y florido. No quita esto que nos pueda alegrar que un día especial se presente benigno y hasta esplendoroso, pero siendo conscientes de qué es lo que implica y lo que no.

Bueno... Ojalá que el tiempo sea variado, y que haya días como en botica... Ya saben, un poco de todo, conciliando el gusto de unos por el pleno sol y la necesidad, para el conjunto, de lluvia y una temperatura acorde a la estación en la que estamos.