Opinión | Inventario de perplejidades

De cómo comprar árbitros de fútbol

Una sorpresiva lumbalgia invalidante deja reducido el ámbito de mi movilidad al mínimo posible. Lo más doloroso de todo el proceso es que no hay una frontera fija por la que transitar desde la caprichosa actividad del sádico que te tortura hasta una zona de momentánea ausencia de dolor. Te deslizas cauteloso (como vimos en las películas del Oeste a los guerreros Sioux) procurando pisar sin hacer ruido, pero la precaución no me sirve de nada. Tres pasos más adelante, el dolor, que duerme siempre con un ojo abierto, me derriba desconsideradamente sobre una butaca al tiempo que me advierte sobre la inutilidad de intentar otra aventura parecida sin la pertinente autorización médica. Pido entonces (como parte de mi rehabilitación) permiso para escribir un artículo con la promesa de hacerlo con brevedad y levantándome de la silla cada poco, y sin sobrepasar nunca el “umbral de sufrimiento”, como imponía aquel fabuloso atleta checo Emil Zátopek, conocido como la “locomotora humana”.

Concedido el permiso, me pongo a ello y escojo como tema la supuesta compra de árbitros de fútbol por el Barcelona, una actividad mercantil que se remonta a varios años atrás (tantos que algunas de esas transacciones ya han prescrito penalmente.) Al fin y al cabo, todo el mundo tiene la falta de autoridad y el desconocimiento necesarios para atreverse a opinar hablando ex cátedra como el Papa de Roma. La pregunta a responder se formula así: ¿Pudo el Barcelona influir, a su favor, en el resultado de varios partidos comprando la voluntad de un directivo del Colegio de árbitros?”. Escojamos para ello uno de los partidos más dramáticos, el que jugaron el 14 de mayo de 1994 el Deportivo de A Coruña y el Valencia. El equipo coruñés, si ganaba, sería campeón de Liga por primera vez en su historia. Pero si perdía o empataba el campeón sería el Barça. Fue un partido de muchos nervios, ya que se suponía que el Valencia vendría primado por los catalanes y que el Deportivo, si guardaba bien su puerta, acabaría marcando el gol decisivo. Para desconsuelo de los seguidores coruñeses tal cosa no sucedía, el partido se encaminaba a su final, pero el marcador no se movía. Y fue entonces, en el último minuto, que el árbitro López Nieto pitó el penalti que le hicieron al blanquiazul Nando (por cierto valenciano y exjugador del Valencia) que entraba en el área a la desesperada. En el Deportivo nadie parecía asumir la responsabilidad de tirar el penalti pese a que contaba, entre otros, con jugadores de gran calidad como el internacional brasileño Bebeto. El especialista por antonomasia en esa clase de lanzamientos era el también brasileño Donato, pero el entrenador Arsenio Iglesias acababa de sustituirlo para afrontar el último tramo del partido. Así pues, el encargado de alcanzar la gloria mandando el balón a la red de un agónico puntapié fue el serbio Djukic, el elegante defensa que, por cierto, acabaría fichando por el Valencia. El dramatismo de la escena permitió observar el perfil desencajado del jugador balcánico, resoplaba, y la flojera de sus piernas movidas con la lentitud desesperante de los sueños, y la actitud de echarse las manos a la cabeza al darse cuenta de que el portero valenciano González saltaba de alegría al capturar con enorme facilidad la pelota que le enviaba el jugador serbio. Más o menos como si abrazase una caja de caudales.

Consumada la tragedia, hay que conjeturar si hay razones para atribuir un peso específico a la acusación de que el Barcelona lleva años alterando en su beneficio los resultados de los partidos de fútbol y si para ello tuvo que pagar millonarias cantidades a un directivo del Colegio de árbitros. Y en cualquiera de los casos cómo podría probarse. Estudiemos primero la posibilidad de que el portero González pudiera haber actuado como agente del resto de la plantilla si empataban o ganaban el partido. Sus saltos de alegría lo delatan, pero no son prueba definitiva y además primar a un equipo para que le gane o empate a un tercero no es causa de ilicitud. Otra cosa sería si ese dinero se pagara por dejarse ganar y si esa ganancia se acabase por repartir entre la plantilla. El resto son elucubraciones sin mucho sentido. Por ejemplo, suponer que el comprador pudiera asumir mucho riesgo al dejarse ganar comprando la voluntad del portero o de otro jugador de los que visitan el área con frecuencia. Un resbalón en un momento especialmente comprometido, un rebote e incluso un gol en propia puerta, son difíciles de gestionar, como ahora se dice.

Fuera de ese catálogo de trapacerías, la compra de partidos para ganar campeonatos o evitar descensos de categoría es una leyenda que se suele activar al final de las competiciones. En cuanto a la posibilidad de que suspendan, o expulsen de la Liga española al Barcelona cuando finalice la investigación judicial y corporativa que están en marcha, soy escéptico. Es lo bueno de no participar en el aburridísimo torneo anual de discutir sobre los llamados grandes de la Liga. En los campos de fútbol de casi toda España es costumbre que los seguidores del equipo local cuando creen haber visto algún síntoma de sutil diferencia a favor del equipo de Concha Espina empiecen a cantar: “¡Así, así gana el Madrid!”. Ahora habría que añadir “¡Así, así gana el Barcelona!”. Aunque rima peor.

Reflexión final: Si todo se resuelve con un cheque en un despacho, ¿de qué sirve pagar fortunas en jugadores como Messi?

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