Opinión | El correo americano

Turistas en el Capitolio

Tucker Carlson emitió en su programa de Fox News unas imágenes grabadas por las cámaras de seguridad durante el asalto al Capitolio de 2021. Según el presentador, en el vídeo, filtrado por el presidente de la Cámara de representantes Kevin McCarthy, aparecen unos cuantos seguidores de Trump paseando “pacíficamente” por el edificio con sus banderas y haciéndose selfies mientras visitan los rincones emblemáticos del Congreso. Carlson dice que incluso “respetan el orden de las filas” y también “realizan una suerte de tour fuera del despacho de la ex presidenta de la Cámara de representantes”, como si estos curiosos y educados observadores estuvieran explicándose unos a otros la historia de la institución, que “no quieren destruir” porque la “veneran”. “Estas personas no estaban participando en una insurrección. Eran unos turistas”, concluye Carlson.

De ese modo, las imágenes de violencia y vandalismo, repetidas hasta la saciedad en los medios de comunicación, formarían parte del relato que la prensa y los demócratas han querido transmitir sobre aquel día. Los actos vandálicos fueron cometidos por una “minoría de hooligans”, los demás (“la gran mayoría”; “cientos, quizás miles”) tan sólo manifestaban una frustración legítima: “Pensaban que les habían robado las elecciones”. Carlson llega incluso a sugerir que los agentes de policía provocaron a la muchedumbre y que, en algún momento, actuaron como guías turísticos de los asaltantes, abriéndoles las puertas de las salas y orientándoles por los pasillos para que no se perdieran, señalando como ejemplo al “Chamán de QAnon” (el hombre que iba a pecho descubierto con unos cuernos en la cabeza, ahora condenado a más de 3 años de prisión), a quien Carlson presenta como la víctima de una campaña mediática.

Lo más destacable de esta interpretación torticera de los hechos (una suerte de visita guiada al National Mall que se les acabó yendo de las manos) es que Carlson, por supuesto, obvia la parte del asalto (el allanamiento ilegal) y se centra en el comportamiento de algunos asaltantes (que pudieron entrar gracias a los violentos), sin mencionar a las víctimas mortales y los efectos colaterales que generó aquella situación traumática (cuatro agentes se suicidaron tras el suceso). Lo cual sería como juzgar a quienes robaron un banco no por el hecho de haber cometido el robo sino por cómo la mayoría de los ladrones trataron a los empleados mientras extraían el dinero de la caja fuerte. El tema de “mayoría versus minoría” tampoco tiene mucho sentido. Si los vídeos que Carlson dice poseer (40.000 horas de grabación) mostraran una orgía de violencia incesante, los daños (tanto al inmobiliario como al país) serían mucho más serios, evidentemente. Pero, de nuevo, en un caso hipotético de atraco, no celebramos que los ladrones no se lleven todo el dinero sino que denunciamos que intenten robarlo.

Finalmente, la causa de la turba (“el fraude electoral”) parte de una teoría que Carlson nunca se creyó y que él mismo llegó a calificar en privado como “absurda” (aunque, en sus comentarios sobre el vídeo, vuelve a sugerir, como lo hizo durante los días del escrutinio, que dicha inquietud no tiene por qué resultar descabellada). Sus espectadores, sin embargo, sí le agradecerán esta exclusiva (producida a dos manos), pues ya tienen material audiovisual con el que construir su propio relato. Que es lo único que importa. La realidad depende de quien (te) la edite. Es el éxito de los padres de los llamados “hechos alternativos” que emergieron con la anterior administración.

¿Terrorismo o turismo? Juzguen ustedes, dice Carlson. Vean las imágenes. Observen cómo esos ciudadanos toman fotos de las estatuas y los cuadros, lo felices que están de conocer el interior del monumento. No me digan que eso es una insurrección.

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