Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Esto es el mercado, en la salud y en la enfermedad...

Buenos días. ¿Se acuerdan del artículo que compartí con ustedes hace unos días, a raíz de la espantada de una gran constructora española, que optaba por trasladar su sede a un país con claro dumping fiscal? Una empresa que se había beneficiado, en su momento, no solamente de una enorme cartera de pedidos puesta en el mercado por la Administración Pública, sino de ayudas en momentos difíciles, como por ejemplo, en procesos de ERTE. En aquel momento les decía yo que hay algo que puede ser aún más duro que el capitalismo: el capitalismo intervenido. Me refiero con ello a una supuesta lógica de mercado con reglas trucadas, bajo las cuales hay actores que ganan siempre. Actores que, a las maduras, ganan. Y que, a las duras, se les arreglan las cosas para que también lo hagan... Gentes que, en algunas ocasiones, recogen beneficios. Y que, en el resto de ellas, también.

Y es que, miren, un órdago: hay que reconocer que el capitalismo puro y duro, con toda la crueldad asociada a sus llamados eufemísticamente “fallos de mercado” es más noble que el intervenido, con una lógica meridiana. Si una empresa lo hace bien y además tiene suerte, gana y perdura. Y, si no es así, fenece. No hay más. Por contra, ese capitalismo intervenido es más sibilino y se reviste de inocente, pero lastima más. Si una empresa lo hace bien y además tiene suerte, gana y perdura. Y si lo hace mal, pues se le rescata, por ejemplo, con el dinero de todos. Y, con frecuencia y para más gravedad del hecho, esto es así dependiendo muchas veces de quién esté detrás, de su poder o su influencia en los círculos políticos. Se socializan así las pérdidas y la debacle, que terminan lastrando a su sociedad de referencia, pero nunca los ingentes beneficios que luego cosechan. Algo que, claramente, conculca la supuestamente beatífica doctrina de tal sistema económico, ya ven. Y es que el mismo, si somos precisos, debería quedarse en el primero de los esquemas, y no en toda una suerte de ingeniería procedimental asimétrica que, como digo, está claramente trucada. Quizá convenga aquí recordar aquella frase tan manida de la campaña de Clinton, que a mí no acaba de convencerme por el insulto que conlleva, pero de la que hay que reconocer su genialidad: “Es la economía, estúpidos”.

Que yo escriba en tales términos no sé si les parece subversivo o, incluso, carente de fundamento. Pero esta vez tengo un aliado maravilloso en tal razonamiento. Y este no es otro que el presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden. Él, supongo que después de haber oído a toda la extensa caterva de asesores económicos a su disposición, ha remarcado exactamente la misma idea — “El capitalismo va de eso”— para explicar por qué no va a rescatar a los tiburones y especuladores que han sido víctima de la caída de un par de bancos muy especializados en tecnológicas en el mercado de ese país. Sí lo hará con los ahorradores —obvio, por ajenos a la trama— pero no con quien juega con su propio dinero, de forma consciente, para sacar más y más rentabilidad. Esos están sujetos a la ley del mercado. Aquellos que, si les toca ganar, no lo comparten con nadie, conformando muchas veces un nutrido estamento parásito de “alto standing” que no fabrica, compra o vende nada real, solamente especulando. Pues... cuando pierden... ya saben qué les queda.

Nuestro país, en el que algunos no tienen ni una mínima oportunidad de llegar al mercado, está trufado de episodios en que a otros se les rescata con complejas operaciones multimillonarias a cuenta del erario público. Y eso no es justo. ¿No querían capitalismo? Pues que acepten sus reglas. Por otra parte, hay personas con rentas estratosféricas, con prácticas especuladoras absolutamente prescindibles para el sistema económico, y que únicamente causan distorsión y a veces verdaderas situaciones de peligro en el mundo económico-financiero y, también, en el comercio. Creo que lo uno y lo otro se concatenan como base de los más oscuros episodios de índole crematística, lo cual debería dar para una buena reflexión a quienes tienen la obligación de diseñar, desde el legislativo y el ejecutivo, el mejor marco posible para desarrollarnos todas y todos, de forma sostenible y con los menores sustos posibles. Pero no... y así nos va.

En fin, queridos y queridas, esto es lo que les he traído en este texto escrito ayer, en el “Día de Pi”, número irracional que tiene mucho que ver con aquello de la cuadratura del círculo... Y, ya ven, me alegro de que en el entorno de Biden se piense también, o al menos así lo expresan, que no se puede aceptar el riesgo solamente cuando conviene. No. Esto es como en el matrimonio, ya saben: en la salud, y en la enfermedad...