Opinión | Crónicas galantes

De los toros, ni mu

Un partido animalista acaba de equiparar a la mujer con la vaca en cierto cartel ya famoso donde se aboga por “un feminismo sin distinción de especies”. Se trata de un claro avance en la defensa de los derechos femeninos, en la medida que los extiende a las hembras de toda clase de fauna.

Si Francisco de Asís fraternizaba con el hermano lobo, el PACMA ha ido más lejos al defender la igualdad de derechos de la especie humana con la hermana vaca. Se supone que también con la hermana ballena y hasta la hermana serpiente, por más que esta última trajese la ruina a Eva y a la Humanidad en general, según cuenta un conocido pasaje de la Biblia.

Puede que los toros se sientan discriminados, pero tampoco tienen porqué. Sería injusto no recordar que el partido autor de esta campaña viene denunciando desde siempre el maltrato al que se les somete públicamente en los cosos taurinos.

Y no solo eso. El PACMA ha lamentado también el retroceso que, a su juicio, va a suponer la nueva Ley de Bienestar Animal ideada por la parte más follonera del Gobierno de Pedro Sánchez.

Sostienen los animalistas que, lejos de proteger a las pobres bestias, ese texto legal va a facilitarles la vida a sus maltratadores. Algo parecido a lo que sucedió con los violadores en la sin duda bienintencionada ley del sí es sí.

Razón no les falta, en opinión de no pocos juristas.

El trato erótico con los animales ya estaba recogido en el Código Penal, que establece castigos de hasta un año de cárcel para quienes los maltraten o los sometan a “explotación sexual”. El concepto era lo bastante ambiguo como para que algunos jueces lo interpretasen a favor de las víctimas, entendiendo que la violación de un animal por un ser humano entra dentro del ámbito de esa explotación.

La reforma del Código, con la nueva ley, introduce sin embargo la exigencia de que los actos “de carácter sexual” entre la especie humana y otras lleven aparejados daños físicos al animal para ser condenables.

Paradójicamente, esto podría resultar más beneficioso para los infractores, en tanto que un coito con un vertebrado, sin daño para el abusado, no estaría sujeto a pena alguna. Uno puede rendirse, por ejemplo, a los encantos de una oveja, como le ocurría al personaje de cierta famosa película de Woody Allen, sin que tal circunstancia implique necesariamente un maltrato a la res.

Si sucediese lo que temen juristas y animalistas con la Ley de Bienestar Animal, se demostraría una vez más que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Extraña, además, que el vasto catálogo de beneficios a la fauna excluya a los toros, que seguirán siendo banderilleados, alanceados y estoqueados en las plazas.

La combativa ministra del ramo ha perdido una excelente ocasión de salvarlos de ese tormento al olvidarse de ellos en su prolija ley.

Quizá haya atendido a las razones de George Orwell, quien en su Rebelión en la granja escribió proféticamente que todos los animales son iguales, “pero unos más iguales que otros”. No es que a los otros bichos les vaya mejor con la nueva ley, pero es que de los toros ya no dice ni mu.

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