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Tino Pertierra.

Solo será un minuto

Tino Pertierra

A despecho descubierto

El despecho siempre ha sido una turbia fuente de inspiración para los artistas. Buenos, malos, regulares y espantosos. Hay despechos ficticios sobre los que se trabaja de vistas u oídas, y que no se alimentan de corrientes odio, rencor o rabia sin caretas. Y hay despechos verdaderos en los que las personas agraviadas, afligidas y heridas supuran sus males por heridas que muchas veces tardan en cerrarse porque hay más orgullo maltrecho que auténtico dolor corrosivo. Sobre el despecho propio y ajeno se han escrito cientos de canciones, con o sin nombre y apellidos, temas que no suelen dar mucho de sí creativamente porque hay más empeño en dar salida a la mala sangre que en crear algo valioso que perdure en el tiempo. Es del despecho volátil y endeble que intenta convertir las penas en ingresos, lo íntimo con lo comercial. No hay que hay irse muy cerca para encontrar ejemplos: el pop, el rock, las rancheras, los boleros y cualquier género cantado y por cantar acoge con los micros abiertos cualquier letra sangrante porque son asuntos con los que es fácil identificarse, sobre todo si hay terceros en discordia.

Otras manifestaciones artísticas no son descaradas en la exposición de roturas y rupturas, aunque seguramente los estudiosos de la trastienda de la pintura y la escultura sepan de casos en los que una obra fue creada a partir de un engaño, un desengaño o un despecho descubierto. Las películas son también difíciles de unir a la realidad de alguno de sus creadores, aunque sí hay casos (memorables) de títulos que reflejan sombras personales (En un lugar solitario, de Nicholas Ray, o Un extraño en mi vida, de Richard Quine, altamente recomendables), y también hay novelas grandiosas que desbordan talento y dolor y viven para siempre en la memoria del desgarro.

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