Opinión | SHIKAMOO, CONSTRUIR EN POSITIVO

¿Su trabajo ideal?

Como primer acto de este texto que hoy comparto con ustedes, les cuento que leo algo en varios medios de comunicación de Asturias sobre una oferta laboral en el Refugio de Urriellu, al pie del Picu. ¡Cuánta belleza! Sé que se ha cubierto ya tal posición, pero no dejo de permitirme un pequeño retazo de envidia ante el hecho de imaginar la posibilidad de pasar un tiempo extenso por allá. Conozco el Refugio desde los años ochenta del pasado siglo, donde he tenido la ocasión de coincidir con Tomás, uno de los actuales guardas, y también con alguno anterior, y puedo garantizar que, para mí, su entorno es algo mucho más parecido a un paraíso que la realidad urbana, o incluso que algunos de los parajes rurales entre los que me muevo hoy, y que parece que ya se me están quedando un poco grandes... Siempre tuve en un rinconcito de mi corazón la ilusión de vivir permanentemente en un lugar así. Una posibilidad que, por una cosa o por otra, nunca fue posible siquiera plantear, y que hoy pongo negro sobre blanco en estas líneas.

Un segundo acto del particular caleidoscopio de bellas imágenes que hoy les traigo transcurre con un telón de fondo bien distinto. Maravilloso también, pero diferente de las agrestes e imponentes aristas y de los empinados canchales de piedra caliza de los Picos de Europa, que forman un conjunto único por su estampa. No, esta segunda viñeta tiene un intenso sabor a mar y a una de nuestras rías más preciosas. Pónganse ustedes en Vigo, ciudad querida donde el histórico barco de vapor Hidria Segundo ha colgado el cartel de “se vende”. Fíjense lo feliz que sería yo viviendo a bordo de una nave así, teniendo en cuenta que la misma conjuga dos de mis más profundas pasiones. La primera, el mar y la navegación a vela. Y, la segunda, la arqueología industrial, concretada en este caso en una tecnología que supuso un enorme avance en su época, que despertó a la sociedad del momento y que, como saben, hace años que ha quedado relegada por otras mucho más modernas. El barco de vapor, en sí, implica todo esto. Y, por ello, puedo confesarles que me parece algo exquisito. Tampoco estaría nada mal dedicar el resto de mis días a coleccionar aventuras a bordo de un bajel así.

Pues ya lo ven, encargado de porteo o quizá guarda en un refugio de montaña, o marinero lidiando con un singular y lindo buque a lomos de las olas. Sí, seguramente o lo uno o lo otro me satisfaría en gran medida, a la par que quizá farero —técnico mecánico de señales marítimas, cuerpo hoy condenado a la extinción— en una instalación remota al borde de un océano inacabable y lamido por sus salpicaduras. Ocupaciones verdaderamente sugerentes, quizá en ese pedazo de romanticismo que entiendo que todos llevamos dentro. Luego, la vida real sitúa todo en su lugar, y dicen los agoreros que incluso lo más florido en tal tipo de sentimientos termina decepcionando un poco... ¡Quién sabe!

¿Y ustedes? ¿Cuál es su ocupación ideal, más allá de aspectos prácticos como la seguridad o la garantía de permanencia? Me refiero más a qué les gusta realmente, a qué hubieran querido ustedes hacer por el propio placer de su ejecución, al margen de otros atributos. ¿A qué les gusta ustedes dedicar el tiempo, de forma remunerada o no? O, a la postre, ¿qué les hace a ustedes felices? Y es que para mí es bien importante la respuesta a esta pregunta, de forma que uno pueda encontrar un hilo conductor con el que hilvanar de alguna manera las diferentes etapas de su vida. Si no lo hace, y simplemente va dejando concatenarse las mismas sin mucho más pegamento, entonces corre el riesgo de que sean estas las que le gobiernen, lejos de pilotar con fuerza su propia existencia tirando de las riendas de la misma o bregando con fuerza a la rueda del timón. Mi impresión es que las personas que tienen un proyecto propio, sea de la naturaleza que sea, y que con frecuencia aúna aspectos más profesionales y personales, tienen bastante ganado en la consecución de su propia felicidad, entendida esta como el mero camino hacia cualquier meta.

Siempre trato de transmitir esto cuando hablo con gente joven que busca su propio camino. De comunicar pasión por lo que uno haga, sea lo que sea. De explicar que esta vida no tiene vuelta de hoja, y que dejar de hacer lo que a uno le parece especial y vivificante, siempre implica decepción. Aunque, ya ven, a estas alturas uno mismo aún no haya trabajado y vivido de forma estable en el entorno de un refugio de montaña, no haya terminado de optar por vivir en el mar y a bordo de un navío singular, o tampoco haya coleccionado amaneceres y atardeceres quién sabe dónde...

Pero nunca es tarde... Nunca es tarde.