Opinión

Señor, ten piedad

Tengo una buena amiga con la que suelo discutir cuando se refiere a la Iglesia católica como una secta. Conste que lo suyo no es un calentón, responde a un concienzudo examen de la historia; y además aplica el mismo trato —también utiliza el término “multinacional”, por aquello del negocio de la fe— a otras religiones. Tengo claro que ella pone el acento en la jerarquía, en los que mandan, pero aun así me parece una afrenta innecesaria. Porque, cuando apuntas al cielo, los perdigones pueden caerles también a los de abajo. Y creo que se puede ser ateo sin necesidad de buscarle las cosquillas a quien profesa creencias religiosas, sean las que sean. Sin embargo, he de reconocer que le asiste la razón etimológica, ya que los propios cristianos se identificaban como una secta en los primeros tiempos; nada extraño si consideramos que la definición original de secta es, precisamente, esa: “conjunto de seguidores de una doctrina ideológica o religiosa concreta”.

Otra cosa es lo que encontramos en el actual diccionario, donde ya se especifica que por secta se entiende una “organización, generalmente religiosa, que se aparta de las doctrinas oficiales o tradicionales y toma carácter secreto”. Aquí ya se establecen categorías. Así que las discusiones con mi amiga suelen acabar en tablas y, normalmente, con risas. Sobre todo, porque ambos tenemos claro lo fundamental: que la religión, la espiritualidad, los códigos que cada uno utilice en ese terreno de la vida interior… son respetables en tanto y en cuanto funcionen como conceptos personales e intransferibles. Pero tanto mi amiga como yo nos ponemos en guardia si alguien intenta contaminar la vida colectiva con sus propios demonios; nunca mejor dicho. Por eso creo que la intervención estelar de una telepredicadora evangélica en un mitin del PP, con Feijóo, Ayuso y Almeida en primera fila, no debería quedar archivada como anécdota. Cuarenta años de nacionalcatolicismo y el rastro que aún se percibe en España son más que suficientes. No necesitamos más inventos, ni más intromisiones. Señor, ten piedad.

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