Opinión | Divaneos

Los pilares para ser feliz

En la introspección están muchas de las claves que nos acercan a la meta de la felicidad. Las relaciones sociales son las que edifican nuestro estado de ánimo, pero a esa construcción hay que ponerle cimientos y en este caso esos pilares van por dentro. No se trata de ser estoicos, aunque no es una mala filosofía vital, sino de que con pequeños gestos puede ir mejorando la autoestima y hacer que la llegada a meta esté cada vez más cercana.

Quien carece de los recursos necesarios suele buscar la felicidad en hechos externos como el dinero; el trabajo o asuntos materiales como tener un buen coche, solo por poner unos pocos ejemplos. La lista puede ser extensísima. Y, ojo, algunas de ellas pueden ayudar, pero el edificio hay que cimentarlo. Son unos elegidos los que sedimentan la felicidad sobre el bienestar emocional, sobre una paz interior que cuando se alcanza produce una enorme satisfacción, mayor que cualquier recompensa diaria.

Soy consciente de que esta reflexión choca con la de algunos teóricos. Por ejemplo, el filósofo galés Bertrand Russell —que ganó el premio Nobel de Literatura— defendía todo lo contrario. Venía a decir que preocupándose menos de sí mismo y dejando de poner el foco sobre sus fallos, sus miedos o sus virtudes conseguía que su felicidad se incrementara. Necesitaba poner el foco sobre actividades externas como el estudio o las relaciones sociales. Lo que escondía esta filosofía vital era a un niño que no fue feliz, que había perdido a sus padres cuando tenía solo seis años, y que durante la adolescencia pasó por varios episodios depresivos. Con lo que su epicentro se había desmoronado muy pronto y había sido incapaz de volver a levantarlo.

Solo era un contrapunto. Durante muchísimo tiempo el concepto de felicidad se había simplificado a la ausencia de enfermedad. Ayuda, pero no es suficiente. Fue la Organización Mundial de la Salud (OMS) la que amplió el concepto durante la década de los cuarenta y lo dejó así: “La felicidad es un estado completo de bienestar, físico, mental y social”. Con lo que estar sano era solamente una parte, lo psicológico —tras años embarrado en el psicoanálisis— iba tomando relevancia. Y desde ese punto de vista comenzó a ganar peso un término que ahora está bastante manido (que salió unas líneas atrás), el del bienestar emocional, que tiene mucho que ver con la manera en la que percibimos el mundo y con llevar unos hábitos de vida saludables. Entra en esta definición lo de tener una vida equilibrada, en la que el trabajo no nos consuma por completo hasta dejarnos en los huesos.

El bienestar emocional, clave en la felicidad, debe construirse desde el interior. Y uno de sus puntos clave es el de tener siempre en el punto de mira el crecimiento personal. Tener claro cuáles son nuestros objetivos vitales, eso ayuda a que nuestro grado de motivación no decaiga. Hay que saber dónde queremos estar en un futuro que puede ser más o menos lejano.

Existen un par de prácticas que pueden ayudar a que estos cimientos sean sólidos y permitan asentar una vida más plena. Una de ellas es la que se conoce como gratitud. Dedicar unos minutos del día a valorar cuáles son las cosas positivas que nos rodean y a tejer las estrategias necesarias para que los demás sepan que valoramos lo que hacen por nosotros produce de inmediato cambios en nuestro comportamiento, en nuestro estado de ánimo e incluso en nuestra fisiología. No se trata de ser un hippie, pero muchas veces la velocidad de la vida nos atropella —o, mejor dicho, nos dejamos atropellar por ella— y hace que parezca que llevamos una especie de venda puesta que provoca que no podamos ver lo que nos rodea.

Otra de las buenas prácticas para solidificar esos cimientos es lo que se conoce como atención plena (o comúnmente por su término en inglés, mindfulness) y que podría considerarse como toda una filosofía vital, muy unida a la gratitud, y que supone prestar atención al presente de una manera consciente sin dejarse llevar por las emociones. Sus beneficios para mejorar nuestra trayectoria vital están científicamente demostrados desde que, a mediados de la década de los sesenta, el médico Jon Kabta-Xinn empezó a aplicarlo con sus pacientes como un método para reducir el estrés. Y comenzó la casa por los cimientos.

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