Opinión | Inventario de perplejidades

Los que quieren hablar de su libro

Va de años que Francisco Umbral amenazó con marcharse de un programa de televisión al que había sido invitado para hablar de un libro suyo recién salido de la imprenta. “Yo he venido aquí —dijo con su característico vozarrón— a hablar de mi libro. Y si no se habla de mi libro me levanto y me voy”. La frase hizo fortuna y suele utilizarse para expresar el disgusto por no haber sido tratado, como seguramente se lo merece, por sus muchos talentos literarios. El escritor vallisoletano ha cultivado con gran éxito de crítica y público el género periodístico. Exhibiendo una prosa trufada de metáforas, adjetivaciones atrevidas, y ese gusto por lo barroco que exhibe todo lo español. “En una de fregar cayó caldera” en vez de “Cayó en una caldera de fregar”, escribió el maestro Francisco de Quevedo para burlarse de Góngora.

El periodismo, como género literario, amén de Umbral, tiene buenos artífices en el Estado. Por ejemplo, el catalán Josep Pla, el andaluz Chaves Nogales o el gallego Álvaro Cunqueiro. (Hay más, pero solo entran en la lista los que fundamentalmente escriben artículos o relatos cortos y también poesía o memorialismo). Ahora bien, con independencia de la calidad literaria de su prosa, algunos autores recurren al artificio de reunir una selección de artículos ya publicados y le llaman “libro” a ese esfuerzo editorial.

Francisco Umbral es uno de los que con más desenvoltura mantuvo encendida la llama de la columna diaria, que es un reto muy exigente. Hay que estar en posesión de un estilo propio y de un buen repertorio de trucos literarios para que el interés del lector no decaiga. “Iba yo a comprar el pan. . .” fue un comienzo que Umbral hizo famoso y daba pie al escritor para estimular la imaginación y salir del atasco.

Es probable que “yo he venido aquí a hablar de mi libro” se hubiera convertido en una frase tan famosa como “Iba yo a comprar el pan”, pero ya no está en el mundo de los vivos el que mejor sabía manejar las dos.

Umbral bebió (al menos así me lo parece) de González-Ruano, de Valle-Inclán, de Baroja, de Delibes, que tanto lo apoyó cuando uno ejerció de director de El Norte de Castilla y el otro de redactor en el mismo periódico. Y tantos más, porque Umbral también se entretuvo en convertirse él mismo en un personaje de libro.

Por razones que desconozco (pero que quizás tengan algo que ver con la sensación colectiva de que estamos abocados a la extinción de la especie) a todo el mundo le ha entrado la prisa por hacerse notar o decir algo que se estime importante. No vaya a ser que nos quedemos sin tiempo para hacerlo. Y todo eso se ha concretado en una avalancha de libros sobre cualquier asunto. Incluso mis hijos me han planteado hacer lo que nunca hice, es decir, editar un libro. Veremos de complacerlos.

Mientras tanto, me place recomendar la lectura del libro escrito por el neurólogo asturiano Sergio Calleja (La última guerra del rey de Israel). No es una novela histórica al uso, de las infinitas a la venta, como pudiera deducirse del título, sino una obra magnífica que exige respuestas inteligentes. De alto valor científico y literario.

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