Opinión | Crítica musical

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Un ensayo de la Sinfónica, en el Palacio de la Ópera. |   // VÍCTOR ECHAVE

Un ensayo de la Sinfónica, en el Palacio de la Ópera. | // VÍCTOR ECHAVE / Gemma malvido

  • Crónica musical del concierto de la Orquesta Sinfónica de Galicia el viernes 28 de abril de 2023 en el Palacio de la Ópera de A Coruña
  • Le Tombeau de Couperin de Ravel; tercer concierto para violín de Saint-Saéns; y Má Vlast de Smetana
  • Alexandra Conunova, violín. Lina González-Granados, directora.

Largo y atípico concierto en el que los móviles y la mala educación de sus portadores vuelven a ser noticia. Sirvió Ravel a modo de obertura, larga, para abrir el concierto con una inspiradísima y activa a lo largo de toda la velada Zamora al oboe que cautivó con su precioso sonido, haciéndonos creer que Le Tombeau de Couperin era una obra para oboe acompañada por orquesta sinfónica. 

Acto seguido Conunova con su violín Guadagnini de finales del XVIII nos dejaba boquiabiertos con ese bello sonido sobre la cuarta cuerda, y más grave, del violín, donde muchos fracasan forzándola y otras como Alexandra consiguen de ello un don. Esa cuerda parecía no tener límites imponiéndose sobre la sinfónica de Galicia, con una dicción y claridad apabullantes, pero a pesar de esa maravilla hipnótica de sonido, no pareció haber feeling entre solista y directora.

Conunova, más pendiente de marcar con los gestos de su cuerpo y violín a la orquesta en muchos momentos, algo que no deja en buen lugar a un director, mostró sin pretenderlo que la batuta no le seguía, que la orquesta no se sentía cómoda y que esa chispa inicial parecía descomponerse poco a poco, sin magia en el segundo movimiento y con una falta de profesionalidad de la intérprete ya en el tercer movimiento que no debe de permitirse olvidándose de tocar en uno de sus solos, dejando a orquesta y directora "mangados" y a un tris estuvo de irse todo al garete.

La profesionalidad de orquesta y directora salvaron sin ninguna duda la vergüenza de tener que parar el concierto. Cierto es que el público pareció no darse cuenta dados los generosos aplausos que desembocaron en una propina de Ysaye, que aparentemente no tenía ganas de interpretar, y en la que mostró un virtuosismo ofuscado y arrebatador.

En la segunda parte Ma Vlast, mi patria, obra clave de la música sinfónica checa y que sus músicos interpretan cual himno nacional. Obra que un servidor conoce bien, porque aparte de formar parte de mi primer repertorio como profesional, tuve la suerte de realizar una gira con dicho programa junto a la Filarmónica de Moravia por la República Checa durante mi época de estudio y vida en Olomouc, Moravia.

El espíritu de esta monumental obra compuesta por seis poemas sinfónicos de los que solo se interpretaron cuatro esta noche, nace sin ninguna duda del solo inicial del arpa, en el que una siempre acertada Landelle trataba de imbuirnos hasta que apareció él o la primer imbécil con su móvil ¿por qué no empezar a "sancionar" sin permitir el acceso a insensatos que no controlan sus móviles?

Quizás también es un buen momento para hablar de padres que llevan a niños pequeños a conciertos de más de dos horas, sabedores de que pueden estropear la audición y concentración de cientos de personas, incluidos los músicos, como también ocurrió esta noche. La verdad, no sé cómo pude reponerme del cabreo del primer móvil para liberar alma y mente de esa "mala leche" que me haría no disfrutar de una obra que también para mí es una parte de mi vida.

Lina González se mostró como una batuta seria y segura, sin improvisar y con una pasión contenida durante toda la noche, logrando hacer sonar a la OSG muy bien, sin apenas desajustes logrando una buena versión de Smetana. Una cuerda potente, con unos primeros violines primorosos en el agudo, pudo mostrar el sonido que lleva en su adn y que fue correspondido con el resto de secciones que se sumaron para llevar el concierto a donde la directora parecía impedir llegar.

Tanto el Vltava como el Sarka fueron especialmente contenidos en concepto, un poco de pasión y rubato probablemente hubiera conducido a desequilibrios y desajustes, pero González no fue de dejarse llevar y arriesgar donde los grandes maestros se la juegan y además consiguen ese plus interpretativo con aparente facilidad, lo que les hace parecer prescindibles encima del cajón cuando en realidad no lo son. Soberbio Ferrer al clarinete, que supo leer como nadie a director toda la noche y a la solista en el acompañamiento del segundo movimiento, y Walker a la flauta que además por la mañana en una labor encomiable tocaba en el CHUAC para pacientes enfermos de cáncer. Fantástica la sección de trompas, con unos solos a cargo de Gómez de quitarse el sombrero.