Opinión | El trasluz

Las buenas personas

En la adolescencia me gustaban los chicos, básicamente, guapos. Pasados los años, la inteligencia pasó a ser el elemento preponderante. Más tarde, destacó el sentido del humor y, finalmente, la prioridad era que fueran manitas y pudieran colgar unas cortinas, arreglar el grifo de la bañera o comprender por qué saltaba el diferencial del cuadro eléctrico. Está claro que, quien más quien menos, adapta sus gustos a las diferentes etapas vitales y a sus necesidades. La bondad era una cualidad que valoraba, pero que no me parecía indispensable. Quizás porque jamás me he encontrado con una mala persona de verdad. A lo sumo, con algún malote, pero esos no entran dentro de la categoría de los malvados, solo son una mezcla atractiva de torpes, inadaptados y chulos.

Ser buena persona es una condición infravalorada. En alguna ocasión, nos han dado calabazas usando la excusa barata de que somos demasiado buenas para ellos y he escuchado decir que alguien es tan buen hombre que parece tonto. Un amigo dejó a su pareja porque era tan extraordinaria que rayaba el aburrimiento y a menudo decimos que hay cosas que son demasiado buenas como para ser verdad. Miramos con recelo a los muy generosos, empáticos o a los que se preocupan sinceramente por el bienestar de los demás. Salvo que se dediquen a misiones, nuestra sociedad cuestiona que de verdad existan personajes tan humanos y altruistas. En un debate sobre voluntariado, una estudiante criticó a quienes dedican parte de su tiempo a ello y les tildó de ególatras porque, en su opinión, lo único que buscan es la admiración del resto de la sociedad. Así está el patio.

Determinadas figuras son siempre angelicales. Presuponemos la incondicionalidad benevolente de una madre o de unos abuelos y, sin embargo, nos cuesta admitir que nuestros jefes destaquen por lo mismo. Parece que cualidades como ser resolutivos, exigentes o productivos no son compatibles con ser buena gente. He ahí la cuestión. Muchos creen que la bondad es una cualidad que fagocita a otras y que despoja a quienes la disfrutan de otras virtudes valiosas. Yo no lo creo.

No podría hacer una lista de las características que tiene una buena persona, pero sí sé que es mucho mejor rodearse de ellas. Hacen la vida más placentera. Suelen tener un interés sincero por los demás y no se creen el centro del mundo. La buena gente que conozco no es criticona y tampoco prejuzga alegremente. Intentan integrar distintas opiniones e intereses, a pesar de que no coincidan con los suyos, y suelen ser generosas. No solo con sus bienes materiales, sino que se dan a sí mismas. Comparten su tiempo, su manera de ser. Ser buena gente es un amplificador del resto de virtudes. La inteligencia bondadosa es más poderosa que una inteligencia a secas. Lo mismo sucede con la capacidad para liderar empresas o proyectos. La dirección de una organización llega más lejos con sus equipos y objetivos si se compone de buenos tipos. Y qué decir de los docentes que, además de ser doctos en su materia, son tolerantes e indulgentes con los estudiantes. Afortunados ellos.

La bondad es una cualidad que se valora más a medida que nos hacemos mayores. Madurar tiene sus cosas positivas.

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