Opinión

El dulce bálsamo de sentarse sin hacer nada

Acodada en la barandilla, observo la riada interminable de coches rezagados que abandonan la ciudad para aprovechar los días de fiesta. Cada tanto, cuando se forma un embudo, el parón enardece la sinfonía de cláxones. ¿Adónde van? ¿Qué prisa llevan si hoy no es día de reloj? Trabajadores, supongo, en busca del ansiado descanso, del placer de un lunes festivo, libre, sin el grillete de reanudar la semana como un dibujo de Escher (escaleras que suben y bajan a un mismo tiempo, laberintos, lazos, manos en plena fagocitosis). La buganvilla y los ficus del balcón piden agua, pero me da flojera regarlas; además, ahora el sol les cae a hierro, como un hacha (la pereza inventa excusas irrebatibles).

Servidora también necesitaría agua, otra clase de agua; si no fuera porque imagino el gentío, bajaría caminando hasta la misma orilla de la playa para recargar las pilas. El mar se contempla siempre como si nunca lo hubieses visto en la vida. La mer toujours recommencée.

Trepidación vital

Vamos rodando como piedras, empujados por la inercia de los días, electrizados por la obligación de llenar de actividad incluso el tiempo de ocio, cuando para reconectar con uno mismo conviene aplicar la táctica de la pelota al suelo. El otro día, leía con sumo interés al filósofo Javier Gomá en una reivindicación del Homo Sedens y el bálsamo de sentarse sin hacer nada (o casi); leer, contemplar el atardecer, recoser los pedazos de uno mismo.

La auténtica experiencia de la vida, dice, no depende de entregarse a una trepidación más o menos atolondrada. “No hay viaje semejante al de autopertenecerse ni experiencia más profunda que la de vivir y envejecer con plena consciencia de hacerlo” (Javier Gomá acostumbra a clavarla).

El filósofo Byung–Chul Han se expresa en parecidos términos: “La vida solo recibe su resplandor de la inactividad”. De la misma forma que el callar le da profundidad al habla.

Desde hace un tiempo, mientras los sueldos pierden inexorablemente poder adquisitivo, viene hablándose del quiet quitting (la renuncia silenciosa) por insatisfacción, de reducción de jornada, de potenciar el teletrabajo e incluso de la semana de cuatro días (cómo, ¿reduciendo los salarios?). Detecto el síntoma, el cansancio y la fiebre, pero no acierto con el remedio en esta época de cambios tecnológicos tan profundos.

Nada… Humo, simples pensamientos de cabotaje en vísperas del Día de los Trabajadores. Desde el balcón, el ruido del tráfico pretende aliviar su locura imitando en vano el susurro del oleaje.

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