Opinión | Solo será un minuto

El secreto de las anclas

Tomar precauciones nunca dañó a nadie. No es lo mismo que dejarse dominar por la desconfianza en todo momento y situación, porque rodearse de alambradas te puede proteger de intrusiones indeseables pero quizá deje fuera de tus (re)conocimientos a personas que valen realmente la pena, algunas de las cuales tal vez engañen en sus primeras apariciones y haya en ellas conexiones que son nutritivas. Que aportan valores.

Pero no se puede abrir la puerta a cualquiera así como así. No hace falta vivir muchas décadas para aprender una lección esencial: ahí fuera hay gente a la que conviene mantener lo más lejos posible, y dejar claro además desde el principio que esa es nuestra decisión. Sin acritud ni malos modos, pero sin dejar lugar a las dudas. La vida es demasiado corta para perder tiempo cerrando puertas que nos precipitamos en abrir. Para conseguirlo conviene tener los pies bien asentados en el suelo, a modo de anclas que, como ocurre con los globos, hacen de agarre para evitar los efectos de los malos vientos. Nunca sabes cuándo puede llegar una tormenta que te tumbe, te arrastre, te descoloque.

El anclaje debe estar basado en una convicción clara y rotunda de cuáles son tus principios para esquivar finales hostiles. Debe sujetarse a ideales que no se corrompan a las primeras tentaciones de vileza que te surjan al paso.

Debe hundirse en una tierra en la que lo importante sea aquello que tan poco importa a las hordas del poder y la gloria fatua. Y solo así, protegidos por creencias que ayudan a tomar las decisiones que nos hacen mejores y no las que nos oscurecen, podremos quizá tener la suficiente estabilidad y el necesario valor para impedir los pisotones de quienes caminan por la vida dejando huellas de injusticia, desdén y violencia.

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