Opinión | La pelota no se mancha

Quiles, la nevera de la RFEF y la mano negra

Quiles se duele en el suelo de una entrada de un jugador del Córdoba. // Francisco González

Quiles se duele en el suelo de una entrada de un jugador del Córdoba. // Francisco González

Algo se apagó en el deportivismo cuando vio a Quiles con la cara ensangrentada y el 9 en la tablilla electrónica de los cambios. La llama ya no tenía mucha fuerza, pero en ese momento se extinguió. Quedaban 20 minutos para obrar el primero de muchos milagros en los que ya nadie creía. En algunos momentos de la temporada la afición apartó la mirada como queriendo no saber nada, pero nadie se hace hoy el sorprendido porque el Deportivo esté casi fuera de la lucha por el ascenso directo. Intuirlo, saberlo, incluso tenerlo asimilado no supone que duela menos cuando ya roza y hace daño. La cabeza se prepara, al corazón le cuesta más. Y eso que ni siquiera queda el recurso de echarle la culpa al fatalismo, a la mala suerte, a los árbitros o a una patada tan inoportuna como alevosa. Algo de todo eso hay, sin duda, pero quien fue a la ventanilla repetidas veces para sacar un billete para jugar el play off fue el Dépor. Se lo ha ganado a pulso.

Duele la impunidad en la patada, pero el equipo está fuera del ascenso directo porque ha sacado muchos boletos

La impotencia se desborda al ver a Quiles roto y lejos del equipo cuando más lo necesita. El Córdoba tardó casi un día en hacer un gesto público, de Ekaitz Jiménez no se sabe nada, en este sentido, que descargue su culpa. El fútbol es un deporte de contacto y nadie se libra de caer en un lance, de llevarse la peor parte, pero al Dépor le tocó pagar en esa jugada por partida doble. Perdió a su jugador más en forma durante, al menos, veinte minutos y un mes y, además, vio cómo el colegiado pasaba de puntillas sobre la acción. Tan solo una amarilla. Muy diligentes para amonestar por protestar, huidizos para tomar decisiones de calado en los partidos. Lo de siempre, pero esta vez es que no pudo hacerlo peor.

Ya antes de ese lance, se equivocó variada y repetidamente. Una mano de Jaime, otra de De las Cuevas en el gol de los andaluces... No llevaba ese día ni las gafas de lejos ni las progresivas. Todos errores de apreciación que cuesta atribuir simplemente a una concatenación de fallos humanos. Será así. No ocurre lo mismo con la roja que le escatimó al lateral del Córdoba. Esta vez sí vio el lance y sus consecuencias, pero no supo aplicar el reglamento. Muy grave. Es como si un escritor no se supiese el abecedario o un carpintero acudiese a una obra sin su caja de herramientas. Lo básico, su guía de trabajo. Es uno más de los infinitos borrones de los árbitros de Primera Federación, ya fuese en la pasada temporada o en la presente. Dispuestos a salir en todos los tiros de cámara del partido de Riazor, llenos de excesos gestuales y de celeridad para sacar una amarilla cuando alguien les rechista. También parcos para controlar los partidos, para frenar la dureza rival en los equipos que van al límite o más allá, para ser justos, aunque la decisión correcta les ponga en el ojo del huracán. ¿Estará ese árbitro impartiendo justicia este fin de semana mientras Quiles aún se encuentra en el postoperatorio? ¿Existe la famosa nevera en Primera Federación?

A los colegiados les preocupa más salir en cámara en Riazor o detener excesos verbales que atar en corto los partidos

El deportivismo, en el medio de la impotencia por todo, sospecha si hay una mano negra de la Federación o del Comité Técnico de Árbitros. Cuesta verla en las decisiones de diario de los colegiados, esas apenas perceptibles cicatrices que suman y que acaban colmando hasta desbordar la paciencia de cualquiera. No van a por el Dépor, no es una fijación. Simplemente, el nivel general baja a medida que descienden las categorías y el de los colegiados aún más. Y eso que, por muchas razones, esta Primera Federación está lejos de ser la antigua Segunda B. El nivel de su fútbol está muy por encima del resto, sobre todo, de su organización.

El Dépor es, a años luz de diferencia, el club más importante de Primera RFEF y no tiene el mismo peso federativo

No hay una persecución, pero eso no significa que se respete al Deportivo o que desde el club hayan conseguido que se le respete. Ni en 2020 ni ahora. El Dépor salió con un tirachinas a pelearse con varias armadas cuando se lo llevó por delante un mercancías como fue el caso Fuenlabrada. Tenía todas las de perder y perdió, pero al menos había que revolverse o escenificar lo más parecido a morir de pie. Más allá de los excesos verbales o de acudir al juzgado, hubo quien echó de menos más trabajo silencioso, tender puentes para el entendimiento con la RFEF o LaLiga. Es casi imposible con quien no atiende razones o con quien tiene intereses oscuros y contrapuestos. El Dépor pagó, sigue pagando.

Bajó a Segunda B, cambió la directiva y se apostó por un perfil más bajo. Muy en consonancia con cómo se lleva el resto del club. Puede ser entendible si se obtienen unos réditos, si eres capaz de manejarte en las sombras, pero en realidad no ha traído nada productivo, palpable. Son muchas pequeñas cruces y alguna mayor como la suspensión del Dépor-Racing por el brote ficticio de los cántabros que bien pudo costarle el año pasado el ascenso a Segunda. Entonces, al club poco se le escuchó, poco pintó. La bronca no hace amigos, el silencio, el buen talante, parece que tampoco. El Dépor es, con años luz de diferencia, el club más importante de toda la Primera RFEF, ese que arrasa en la televisión, en los highlights, el que trae a Lucas para que la RFEF también lo pasee. ¿Y qué saca? Muy poco o nada. La propia estructura del club con una directiva más propia de una Sociedad Anónima que de un club de fútbol tampoco ayuda. Nadie habla, nadie se pronuncia. El deportivista se siente aún más indefenso.

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