Opinión | EL ESPÍRITU DE LAS LEYES

Ramón Punset Catedrático emérito de Derecho Constitucional

¿Cómo debe acabar la guerra de Ucrania?

Puede que la cronificación de la guerra de Ucrania empiece a distraer la atención de la opinión pública occidental, más urgida por los problemas económicos cotidianos. A medida que pasa el tiempo y la situación militar se estabiliza, la tremenda destrucción de las ciudades ucranianas que nos muestran los noticiarios televisivos nos conmueve menos. El hombre es un ser que se acostumbra a todo, también a la continua visión del sufrimiento y de la muerte; y no solo a los de quienes están lejos, según la pandemia nos enseñó con creces. La contemplación reiterada del horror embota la sensibilidad, como ocurre con las imágenes de los niños hambrientos y cubiertos de moscas, de los exhaustos migrantes rescatados de las pateras (luego devenidos mendigos en nuestras ciudades), de los supervivientes de las catástrofes naturales que lo han perdido todo y lloran sin consuelo…

En relación con Ucrania, sabemos que la extrema izquierda se opone, con hipócritas jaculatorias pacifistas que pretenden ocultar el viejo afecto moscovita (y el rencor antiamericano de la Guerra Fría), al envío de ayuda militar a Kiev. Esa misma izquierda, por cierto, lamenta retrospectivamente, y con razón, la pasividad de Inglaterra y Francia ante las demandas de auxilio formuladas por el Gobierno de la II República española tras el estallido de la Guerra Civil y el cuantioso apoyo inmediatamente prestado por Alemania e Italia al bando de los sublevados. Había que evitar a toda costa un nuevo conflicto mundial y no cruzar determinadas líneas rojas, se aducía entonces. Pues bien: el conflicto bélico no pudo evitarse, porque la pasividad de las democracias occidentales fue interpretada como debilidad por Hitler. Tarde lo comprendió el primer ministro británico Neville Chamberlain, paladín del apaciguamiento y del vergonzoso Acuerdo de Munich de 1938, que otorgó al Tercer Reich el territorio germanófono de Checoslovaquia. Si atendemos a la blandura e inconsistencia occidental en 2014 ante la ocupación rusa de Crimea y parte del Donbás, territorios ucranianos de mayoría rusófona, es evidente el paralelismo histórico.

Por lo que atañe a la derecha más conservadora de Italia, España, Alemania, Hungría, los países nórdicos, etc., en su posición cautelosa prima más la afinidad nacionalista y autoritaria con Putin que el interés por la soberanía e integridad territorial de Ucrania. A su vez, el gobierno del canciller Schultz colabora a regañadientes en el programa de ayuda militar a Kiev: ¡vivía tan bien Alemania con el barato gas ruso intermediado por el cínico lobista Gerhard Schröder! Y el presidente Macron se mueve en una cierta ambigüedad desde el inicio de la guerra, afirmando que quiere la victoria ucraniana pero “sin aplastar a Moscú”: ¡qué corazón tan sensible ante el depredador plantígrado atacante! Todo está, pues, hoy por hoy, en el aire, y creo que lo estará también después de la anunciada contraofensiva ucraniana, de la cual no cabe esperar un vuelco completo de la situación militar.

Así las cosas tantos meses después de la invasión rusa, no hay muchas razones para el optimismo. Tampoco a raíz del nuevo protagonismo chino en el terreno diplomático, que se debe interpretar menos en términos pacificadores que de posicionamiento hegemónico en el tablero mundial. ¿Conseguirá China forzar a Moscú a retirarse a las fronteras anteriores a la invasión de 2022 y volver, de alguna forma, a los Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015? ¿Interesaría semejante solución a Ucrania? ¿La aceptarían los países del eje euroatlántico? Minsk I y Minsk II permitieron, al decir ladino y autoexculpatorio de Angela Merkel, el rearme ucraniano en orden a recuperar más adelante los territorios que en esos momentos Kiev no estaba en condiciones de recobrar. Sin embargo, comparar Minsk con el Acuerdo de Munich y defender así la decisión de Chamberlain, como hace la ex canciller, parece arbitrario y desfachatado.

En todo caso, el apoyo occidental a Ucrania debe continuar mientras los ucranianos decidan proseguir la lucha. No se trata únicamente de una cuestión moral, sino de impedir el predecible siguiente movimiento de dominó del Kremlin: la invasión de los países bálticos. Eso podría retrotraernos a septiembre de 1939.

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