Opinión | Divaneos

Grados de violencia psicológica

Existe una violencia que no deja marcas físicas, pero que por dentro provoca unas heridas profundas y difíciles de curar, que mina el ánimo y que va perforando por los rincones más profundos de la personalidad. Hay veces que un comentario aparentemente trivial, lanzado sin mala intención puede hacer un daño tremendo. Otras veces ocurre que la intencionalidad es clara, amplificada estos días por las redes sociales y el anonimato que permiten. Son violencias que ocurren con una frecuencia alarmante, pero hagan la prueba. Denle un rápido repaso a los titulares y pronto encontrarán a alguien tirándose los trastos a la cabeza con alguien (obvien, por favor, los relacionados con la política, porque eso no es la vida real, solo es un juego que se han inventado para parecer que vivimos de forma ordenada). Sin dar nombres, ha ocurrido recientemente que alguien amparándose en lo recóndito de un perfil falso de una red social ha insultado gravemente al bebé de una periodista. Fuera de la mascarada de las redes sociales los casos se reproducen sin ningún control en los colegios, institutos y empresas, donde la violencia psicológica alcanza niveles de asfixia para las víctimas y suele ser el primer escalón de los castigos físicos.

Identificar este tipo de violencias que comienzan como algo casi silencioso e inocente es clave para tomar medidas y pararlas cuanto antes. Evitando que llegue el momento en el que la escalada sea imparable. La violencia psicológica no es más que el intento de una persona por someter o humillar a otra sin que por medio haya una agresión física. Son situaciones que se dan a diario y que no deberían quedarse en una mera observación de la realidad. Hay que ponerles freno.

Lo más habitual es que las heridas de la violencia psicológica se abran en forma de trastornos psicológicos como la ansiedad o cierta sintomatología depresiva. Por eso, al comienzo, si no está claro y es, por ejemplo, una manipulación, cuesta tanto identificarlo. También porque en las víctimas se sigue una tendencia a minimizar este tipo de situaciones. A veces por vergüenza; a veces por falta de recursos para hacer frente a este tipo de situaciones; a veces por no llamar la atención; a veces por miedo... Hay mil causas. Todas loables, porque víctima nunca es la culpable. Nunca. Sin embargo, todas provocan el mismo efecto que la violencia vaya en aumento. Y, piedrita a piedrita, vaya levantándose la muralla.

La violencia psicológica también tiene unos grados, o escalones. No es lo mismo la intimidación que la crítica a la espalda. Las dos pueden llegar a herir por igual, pero con la primera los efectos son más directos que con la segunda. Hay algunos de estos peldaños que son muy evidentes. Las amenazas; los insultos; las humillaciones son ejemplos muy claros de esa clasificación. Hay otros mucho más difusos y que son los que más pasan desapercibidos, pero que también son un tipo de violencia psicológica. Están en esta lista el aislamiento social, el chantaje, el cuchicheo, la negación de los sentimientos ajenos, el control sobre los demás... Ya pueden hacerse una idea. Son los más complicados de identificar y por eso mismo acaban por convertirse en los que producen unas heridas más profundas y también más complicadas de curar.

En los colegios, este tipo de violencia se esconde tras la marca del bullying que como una lacra aupada por la valentía que las redes sociales les dan a los acosadores, que los aúpa en sus estrategias. En el trabajo, a la máscara se le llama mobbing —un término antiguo ya— y que básicamente sigue los mismos mecanismos que lo que ocurría en los colegios, pero ahora con otro escenario de fondo y entre adultos. Como más institucionalizado, pero son ya personas mayores que siguen comportándose como si fueran críos pequeños.

Todo esto se para de una forma sencilla, cortando el problema de raíz, antes de que germine y ya sea demasiado tarde. Antes de que se haya ido de las manos. La sociedad tiene una responsabilidad compartida, hemos firmado —de forma figurada— un contrato social para protegernos entre nosotros, para ser mejores en grupo que individualmente. Pero el acuerdo a día de hoy está roto. El grupo comienza a ser dañino para el individuo. Se puede parar, pero no se hará. Continuará. Porque es la forma en la que los que se creen fuertes tienen de hacer de menos a los que piensan que son débiles.

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