Opinión | Oblicuidad

La visita de estado de Springsteen y su corte

La visita de Estado de Bruce Springsteen y su corte a Barcelona ha superado en pompa a la llegada de un Xi Jinping o un Joe Biden. Queda claro que un ciudadano occidental preferiría almorzar con el Boss, antes que bostezar junto a los desgastados estadistas citados. El mero cantante y acompañantes como Obama, Spielberg o Tom Hanks se han convertido en prescriptores, que señalaban al mundo entero los enclaves barceloneses de visita obligatoria.

Springsteen en Barcelona fue la fase previa de la coronación de Carlos III de Inglaterra. Las crónicas más patrióticas destacaban que la Ciudad Condal había recuperado fuelle en su duelo secular con Madrid, aunque Díaz Ayuso volvió a igualar el marcador con su patada al ministro Bolaños. Los medios de masas se sumaban a la adoración con crónicas individualizadas de cada uno de los dos conciertos, cuando este tratamiento se reservaba antes para el día del estreno. En lo musical, el setentón recobró su repertorio de treintañero, aquella racha de Born to run, The River y Born in the USA que bastaría para incluirlo en cualquier panteón artístico. En efecto, menciones reiteradas al nacimiento, como si el rockero intuyera que su carrera se centraría en una reinvención infinita. O sea, No surrender.

El adolescente Springsteen viaja en coche. Conduce su madre, Adele Ann Springsteen, que un día bailará con su hijo sobre el escenario. En la radio suena una voz retorcida pero desafiante, que es Bob Dylan naturalmente. El niño decide aquí y ahora cuál será su profesión de fe. Se convierte así en el enésimo heredero del mito, al que siempre tributará un respeto no correspondido. Ambos siguen en la carretera, pero los rastreadores Obama, Spielberg y Hanks solo escoltan sumisos a uno de ellos.

¿Preferiría usted cenar con Springsteen o con Dylan? Mejor no responda, he agotado mi cuota de desilusiones. Springsteen reina, pero también gobierna, en una recepción barcelonesa próxima a la devoción rústica. Ni siquiera necesita pronunciar los discursos de antaño, cuando se sentía obligado a disimular que el objetivo fundamental de la industria del rock es crear millonarios, empezando por los ejecutivos discográficos y con los artistas en modo subsidiario. Es injusto singularizar a Biden como segundón del Boss, cuando también acepta un papel de comparsa Obama, el único presidente que se aburrió en la Casa Blanca. Eso sí, con visita a Montserrat incluida para postrarse ante el abad.

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