Opinión | La pelota no se mancha

Arsenio y el club que quiere ser el Dépor

Arsenio Iglesias saluda a la grada el día de su homenaje en 2016 en Riazor. // 13fotos

Arsenio Iglesias saluda a la grada el día de su homenaje en 2016 en Riazor. // 13fotos

El adiós de Arsenio ha demostrado que el deportivismo necesitaba expresarle su gratitud. Por tantos momentos, por tantas enseñanzas. No siempre hubo esa unanimidad en torno a su figura, pero en los últimos años todo el mundo se iba despidiendo de él poco a poco con una buena cara, con un gesto, con una foto, con infinidad de detalles cuando se lo encontraban por la calle. No sobraban ni todas esas muestras de aprecio ni las que han llegado tras su fallecimiento. Ya se ha ido, pero seguro que lo ha hecho aún más en paz al saber la ola de cariño que ha llegado a su familia. Ahora solo queda honrarle construyendo el Dépor que a él le gustaría ver. Ese Dépor al que le fue dejando migas para que adivinase el camino: el de convertirse en un club tan ambicioso como humilde, preparado para los éxitos y las desgracias. Arsenio es pasado, pero también presente y futuro.

Hay que honrar su vida y su legado y la mejor manera es construir un club con los valores que él fue dejando

Él era el primero que sabía que nadie estaba libre de un traspié, de un resbalón histórico. A él le separaron unos segundos y un gol de Vicente de irse a Segunda B. Pero a los clubes no les define dónde están, sino su actitud ante los buenos momentos o ante las épocas oscuras. Él fue huidizo en los triunfos y levantaba la palabra ante las situaciones de riesgo. Le ponía el pecho y los hombros a todo, siempre con trabajo y sin soberbia, siempre con ambición, aunque no se creyese ni más ni menos que nadie.

El Dépor no se puede permitir malgastar el torrente emocional y humano que cada partido acude a la grada de Riazor

El deportivismo sí que ha entendido todo lo que le fue transmitiendo estos años. No hay mejor prueba que los 27.000 seguidores que estaban en la grada ante el Alcorcón y la actitud agradecida de cada seguidor blanquiazul cada vez que es bien recibido por una hinchada rival en un desplazamiento. Es un campeón de liga, es uno más de la categoría. El equipo estará en Primera Federación, pero lo importante es que cada vez que juega el Deportivo es una fiesta. Es celebrar la existencia, el sentimiento que define a un club y a una ciudad.

La afición centra sus pitos en el entrenador, pero no solo le silban a él. Él solo está ejerciendo de paraguas

Esa humildad no debe igualarse con el conformismo. El Dépor no se puede permitir malgastar todo este torrente emocional y humano que desborda cada fin de semana Riazor. Todos, pero especialmente los jóvenes, merecen una alegría, una entidad a la altura de sus esfuerzos y su entrega incondicional. El club necesita liderazgo a todos los niveles. Los peros y las buenas intenciones que se quedan en eso deben empezar a guardarse en un cajón. Tiene que encontrar un entrenador que llegue a su plantilla, que entienda a su gente y que no regale nada, pero que tampoco ponga una barricada a las puertas del primer equipo para que no acceda ningún canterano. Construir, otra vez construir. No hay que perder el tiempo, ni siquiera ahora que la lucha por el ascenso directo se ve a cierta distancia. A Arsenio le consumía a veces el fatalismo, le rodeaban los días negros en Riazor, pero nunca dejó de querer ver la luz, nunca dejó de intentarlo ni de destilar honradez y ganas de superación a través de su trabajo.

Más allá de la pérdida del referente, al Deportivo se le agolpan los contratiempos en la puerta en los últimos días. Tan cruel como real. Ahora le toca ver el play off como una opción más real y un día pierde a Quiles y al siguiente a Lucas. Y por lo mismo. Todas son pequeñas muescas. Pero quizás lo que ha dado peor sensación ha sido el propio equipo ante el Alcorcón. Fue un duelo igualado con ligero tinte blanquiazul, tampoco habría sido descabellado que hubiese acabado ganando el Dépor. Pero al grupo terminó consumiéndole la impotencia, se quedó en cierto punto sin energía, como si le hubiese vencido la situación. No faltó perseverancia, ni intención, sí fe. Lleva mucho tiempo el Dépor remando y ahora, que ya sabe que al primer objetivo no llega, es normal que le pase factura. Aun así, mal síntoma con sus dos referentes de ataque fuera de circulación y cuando todavía hay mucho que pelear en los dos próximos meses. Este equipo ha hecho cuero todo el año y lo que le queda. Tiene tiempo.

Pitan a Cano y a todos

Es una obviedad que Óscar Cano no conectó nunca con la grada de Riazor, ni siquiera en sus mejores momentos. Ni cuando se producían las victorias en abundancia ni cuando la remontada camino del liderato estaba a punto de cristalizar. En ningún instante, fue capaz de sentir cierto grado de indulgencia. Cero empatía. Sus explicaciones, sus decisiones. Nada ha encajado con lo que espera el deportivismo de su entrenador, que debe ser algo más que un conseguidor de puntos. Todo este caldo de cultivo le ha acabado convirtiendo en el foco de todas las iras. Él mismo ya comentó en su momento que los entrenadores son hoy en día el saco de boxeo del mundo del fútbol y el tiempo no ha dejado de darle la razón. Él ha fallado, sin duda, pero no es ni mucho menos el único culpable de todo lo que le ocurre a día de hoy al Dépor. Riazor le pita a él y, por extensión, a los del césped, a los del palco. Está de paraguas, pero nadie se libra. Que Riazor interprete cada partido del Dépor como un motivo de celebración no significa que rebaje el listón de la exigencia. Cuando las emociones se acumulan rompen para lo bueno y para lo malo y la grada también se cansa. Un club a flor de piel que debe empezar escuchando al que se acaba de ir.

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