Opinión

Prosa y poesía

Edgar Morin dice que la vida es una lucha entre prosa y poesía. El pensador defiende que la poesía es amor, amistad colectiva, un estado de encantamiento o intensidad emocional y la prosa es el aburrimiento, la monotonía. El filósofo, que sabe de lo que habla porque tiene 101 años, nos invita a luchar por una vida poética y considera que los que de verdad quieren vivir plenamente están obligados a sentir la existencia en sonetos o rimas asonantes. Lo contrario es ceder al tedio. A mí, que me encanta la prosa como género y que Pessoa se me hizo muy denso, me gusta esa metáfora. Es la dualidad entre luz y oscuridad. Entre asumir ciertos riesgos o ceder a los miedos. Entre la actitud del carpe diem o la del ir tirando. La descripción vital de Edgar Morin derrocha poesía en estado puro y, por eso, voy a rendirme hasta las cejas a este género literario a partir de este instante.

Morin considera que el anonimato que confieren las ciudades actuales es una amenaza para el bienestar y la calidad de vida de las personas porque las aboca al aislamiento. Lo mismo opina sobre la robotización y las excesivas obligaciones cronometradas, que cada vez son más rígidas y estrictas. Me hace pensar en las citas médicas exprés, en los turnos de la farmacia, en los minutos que tenemos para pagar una multa, para hacer una consulta en la Seguridad Social o para autorizar un pago bancario a través de la aplicación móvil. Pienso en los semáforos que nos indican los segundos que nos quedan para cruzar una avenida y caigo en la cuenta de que vivimos en una constante cuenta atrás. Aquí no hay quien se relaje, la poesía brilla por su ausencia y, tal y como anuncia Edgar Morin, la calidad de la convivencia es menor.

El mismo día que disfruto leyendo las reflexiones del filósofo francés, recibo una publicidad sobre una nueva promoción inmobiliaria. Supongo que en algún momento cotilleé los precios de sus viviendas y he acabado incluida en su lista de contactos. El anuncio narra los beneficios de vivir en un espacio exclusivo con casi doscientos pisos divididos en bloques, seguridad las 24 horas, piscina, gimnasio, pistas de tenis, salas para reuniones y celebraciones, zonas verdes y amplios jardines para que jueguen los niños. Tras la lectura, llego a tres conclusiones. La primera, y después de ver los precios que manejan, que no soy público objetivo de esa empresa. La segunda, que parece que está surgiendo un nuevo modelo de urbanismo que promueve miniciudades homogéneas, valladas y construidas de espaldas a los recursos de la ciudad. Allí donde éstas aparecen desaparecen los espacios públicos. Los parques, las calles peatonales, las casas de cultura o los polideportivos. Lugares que generan mucha poesía moriniana, en donde se cultivan la convivencia, el debate, la compañía y las relaciones. En contraposición, surgen las avenidas transitadas por coches, los grandes centros comerciales y los restaurantes de comida rápida. Y no sé por qué, pero siento que hay demasiada prosa en esa estampa.

Mientras pienso en el poder del urbanismo sobre nuestra calidad de vida, voy a leer un rato a Benedetti porque, y ésta es mi tercera conclusión, ya sólo quiero poesía a mi alrededor.

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