Opinión | Sol y sombra

El turista molesto

Italia, según he leído, ha empezado a declararle la guerra al turista molesto que pretende inmortalizarse junto al lugar a golpe de selfis o retratar con el teléfono cualquier escenario o cosa que se cruza en su camino, en vez de ejercer la civilizada costumbre de retenerlos en su memoria. Me parece bien, las plagas hay que combatirlas. Y esa clase de turista forma parte de una epidemia creciente en contra del buen gusto, de la armonía estética y a favor de cualquier aglomeración. No digo ya cuando los teléfonos se usan, muchas veces furtivamente, en los masificados museos para fotografiar las obras maestras de la pintura o cualquier otra expuesta. No me explico por qué no se actúa de inmediato contra ellos invitándoles a largarse con viento fresco.

En Venecia, uno de los sitios donde más se sufren las impúdicas oleadas de turisteo incómodo, hace tiempo que los venecianos fracasaron en el intento de sobrevivir al trolley de los visitantes fugaces, que recorren en un día media docena de veces la ciudad de la Piazza al Rialto generando un ruido insoportable que se suma al del resto de las hordas de bárbaros con camisetas de fútbol y pantalón corto en contraste con tanta belleza arrinconada. Entiendo el desdén de los venecianos, nadie tiene por qué aguantar esa clase de invasión salvaje aunque el turismo proporcione ingresos. No suele ser el caso de los visitantes por horas que llegan en un autobús de mañana para fundirse en muchedumbres y abandonan a última hora de la tarde.

En Portofino, glamuroso pueblo de pescadores de la costa ligur otrora frecuentado por celebridades, han decidido poner freno al viajero idiota entregado en cuerpo y alma al postureo. Por cada selfi caerá una multa de 275 euros. Si ello resultase disuasorio, mejor. Por regla general, el turista del selfi no es el que deja dinero en un lugar copado por los veraneantes y otro tipo de clientela asidua. Disuasión es la vacuna de esta pandemia.

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