Opinión | La espiral de la libreta

La ceniza, las brasas, encontrar sin buscar

Cuentan que en la Edad Media se popularizó la bibliomancia, una práctica adivinatoria consistente en abrir un libro, un códice entonces, por una página al azar e interpretar el párrafo adaptándolo a la circunstancia presente o a la pregunta formulada. No deseo predecir nada, por si acaso —lagarto, lagarto—, ni siquiera la quiniela electoral. Pero procedo como una bibliomante con la última adquisición libresca, Éramos otros (Ediciones del Arrabal), de Andrés Trapiello, con los ojos cerrados, a ver dónde decide caer la ventura. Leo: “Eso no vale ni las uñas de un muerto”. Gran frase, de las de anotar en la libreta. Al escritor leonés le sorprende, con razón, que la diga (en el mercadillo del Rastro) un gitano, con lo que son ellos para los muertos (y tanto, ¡ni mentarlos!). Me quedo pillada en las uñas y en la superstición según la cual si las arrojas a la lumbre, las medialunas recién cortadas, puedes enloquecer, lo mismo que si te acuestas con el pelo mojado. Hay muchas maneras de volverse loco.

Pero estábamos con Trapiello, uno de los mejores diaristas de nuestros días, junto con Iñaki Uriarte, Valentí Puig, Enrique Vila-Matas y Héctor Abad Faciolince (además de Rafael Chirbes, que se nos fue a deshoras). Lo de Trapiello, quien vive a caballo entre Madrid y una casa de campo cerca de Trujillo, en Extremadura, supone una aventura colosal, única, pues lleva treinta y pico años escribiendo la vida con fervor casi proustiano. O quizá sea al revés, por la confusión inextricable de vida y escritura, un goodbye to all that (adiós a todo eso) mientras lo estás viviendo. Si no me equivoco, Éramos otros es el vigesimocuarto volumen de sus diarios, que no son tales, sino una novela en curso.

Cada vez me conforta más la lectura de diarios. Aprendo. A escribir, a estar, sobre todo a no desesperar. Los mejores diarios, el género sin género, la prosa discreta de los días, arrojan sobre el mundo una mirada limpia, casi en cueros. Recopilación de anécdotas, terapia, autoconfesión, borrador, documento o receptáculo de pequeñas verdades. Qué más da. Algunas pupilas están especialmente dotadas para aquilatar el instante.

En una entrada del principio de Éramos otros —la bibliomante ha comenzado a leer—, Trapiello (o el autor de los diarios) se dispone a limpiar, como cada mañana, la chimenea para sacar la ceniza, y tropieza con un puñado de rescoldos aún vivos. “Que la vida nos reserve encuentros como estos (las brasas tan pequeñitas arropadas por la ceniza) es parte de su encanto”. Tal vez, lo mejor de la existencia (y de la escritura): encontrar sin buscar.

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