Opinión | Mujeres

Sobrevivir a Picasso

Pablo Picasso vivió más de 90 años y dejó una ausencia que ya va por los 50. Eso es mucho tiempo, desde luego suficiente para analizar su figura y su obra con cierta perspectiva. Ha habido sobradas ocasiones para endiosarlo y algunas menos para defenestrarlo; se ha revisado a fondo su contribución artística y también se le ha cuestionado; se ha sopesado su personalidad histórica y se ha rebuscado entre sus facetas más íntimas; se han encendido y apagado varias veces sus luces y sus sombras.

Del genio artístico de Picasso no cabe duda, nadie discute a estas alturas que fue un revolucionario de las artes plásticas. Todos están de acuerdo en su inagotable potencia creativa, en su osadía y en que, tras él, el arte ya nunca sería igual.

Sobre su personalidad y su calidad humana arrecian las críticas, especialmente durante estos últimos meses en los que el 50.º aniversario de su fallecimiento ha puesto el foco sobre el artista y ha iluminado al hombre.

Y es que Picasso era un gran artista, un creador colosal, un tipo genial, pero en sus relaciones personales parece ser que dejaba mucho que desear, especialmente con las mujeres. Encadenó una pareja tras otra y, a veces, si atendemos a lo que cuentan sus biógrafos, simultaneó la convivencia con unas y con otras.

No es ese el problema, porque cada uno organiza su vida sentimental como quiere o como puede, sino el que fuera dejando tras él un reguero de mujeres agotadas anímicamente, con secuelas de maltrato psicológico, más de un golpe, un par de suicidios, mucho dolor y mucho llanto. Las relaciones del artista con sus hijos tampoco marchaban mucho mejor y en alguna ocasión llegó a ejercer lo que ahora se llama violencia vicaria, utilizando a los niños para controlar y manipular a las madres. Convivir con una personalidad apabullante y tan reconcentrada como la que se gastaba Pablo Picasso debía ser extenuante y, en vista de los relatos de algunas de las protagonistas y de los testigos de aquellos romances, también peligroso. El rancio concepto de la masculinidad que imperaba en la época, la condescendencia hacia el artista más venerado del siglo y la arrogancia y mala leche que debía gastarse el personaje debían añadir aún más intensidad al asunto.

Picasso, como todos los hombres y mujeres que triunfan, dejó a su paso un sinfín de damnificados y la historia está tomándose su revancha, a título póstumo, sacándole las vergüenzas. Cuando estaba vivo, ya consagrado e intocable, pocos se debían atrever a toserle.

Entre todas aquellas mujeres que compartieron la gloria y la saña del artista hay una que, finalmente, quedó por encima de él. La única que le ganó la partida. Fue Françoise Gilot, a la que Pablo Picasso sedujo cuando ella tenía 21 años y él ya iba por los 61. Pese a la juventud de la Gilot, ella fue, entre todas las mujeres que pasaron por su vida, la que mejor resistió a los embates del pintor malagueño, le plantó cara y le hizo tragarse sus amenazas.

Ella misma relata en Vida con Picasso, el libro que publicó en 1964, cómo cuando ella le comunicó que lo abandonaba, él se revolvió y le escupió: “Nadie deja a un hombre como yo” La Gilot no se demoró mucho en contestarle, lo suficiente para espetarle: “Espera y verás”.

Lo vio y ahí sigue la Gilot, con más de cien años a las espaldas, viva para contarlo, instalada entre París y Nueva York, habiendo logrado que los dos hijos que tuvo con el pintor, Paloma y Claude, fueran reconocidos como sus legítimos herederos y habiéndose labrado una reputada carrera como artista, incluso arrasando en las subastas de arte.

Indiscutiblemente, Françoise Gilot supo cobrarse su venganza y poner al genio en su sitio.

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