Opinión

El concejal abertzale

No es agradable que el asesino de tu vecino se presente a las elecciones de tu pueblo o tu ciudad. La estampa es sencilla de entender, tanto como complicada de asimilar. El hecho enmarca bien una polémica repleta de intereses políticos utilizados por unos y por otros, y por lo tanto que precisa de análisis lo más fríos posibles, si eso es viable ante lo que fue el terrorismo de ETA.

No hay duda de que encontrarte con un concejal que hace 20 o 30 años actuara como miembro de un comando especialista en el tiro en la nuca o la bomba lapa produce repulsa, vómito, un rechazo inmediato. Pero dicho esto, no hay duda de que nuestro ordenamiento jurídico castigó en su momento con dureza estas situaciones tan anómalas.

Existe la duda ante las condenas públicas de aquellos que lideraron esas acciones asesinas. ¿Existieron? Al principio de que ETA anunciara el final de sus acciones, la evidencia de arrepentimiento no se proclamaba con normalidad. Los que apoyaban o apoyaron a la banda terrorista no querían mostrar la victoria de la democracia.

Sin embargo, el final de ETA se inició cuando una generación muy potente de la izquierda abertzale decidió que ya les había llegado la hora de tocar poder y dejar las armas. Lo explicó de forma muy académica el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona, Antoni Segura. Consideraron que era preciso gestionar ayuntamientos e instituciones y, por lo tanto, ser parte activa del desarrollo de la sociedad vasca.

Este camino de aceptación era difícil y ha tenido un ritmo asimilador no armónico. Pero lo cierto es que, abandonando la crispación electoral del momento, la sociedad española debe decidir si un terrorista que ha cumplido su tiempo en la cárcel y su inhabilitación está preparado para ser el concejal del pueblo o de la ciudad.

La situación tiene una complejidad que estremece. La literatura y el cine nos han dado ejemplos bien relatados y con mucho contexto que ayuda a entenderlo. Todo tiene una lógica. Rechazarlo o aceptarlo. Pero si las condenas tienen límites, por algo será.

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