Opinión | inventario de perplejidades

Los gustos del rey de la Gran Bretaña

En el corto espacio de unos días hemos visto desfilar a paso de procesión a lo más selecto de la aristocracia británica con el bamboleo característico de la gente del mar acostumbrada al equilibrio inestable de la cubierta de un barco. Cada cierto tiempo, del interior de esa multitud uniformada emergía un ¡hurra! algo acatarrado. En el entierro de la reina Isabel I, las cámaras de la televisión indagaron hasta el menor gesto de complicidad, dolor o cansancio en la cara de la monarca que tantas portadas les brindó durante el annus horribilis. La señora, que es una profesional de un arte del que solo ella es intérprete, ni pretexto ni carnaza dio a los que soñaban con algún tipo de suceso escandaloso. Eso era lo usual en la casa de Windsor. El contraste entre la aparente felicidad de su boda con Felipe de Edimburgo, un apuesto príncipe griego, y sus hijos resultó muy doloroso. El asalto a la intimidad de todos los miembros de la realeza resultó inmisericorde Y más propio de un serial por entregas que de un episodio histórico. La princesa de Gales acabó desquiciada y se convirtió en una heroína de fotonovela hasta que se mató en un accidente de tráfico cuando intentaba escapar del acoso de una legión de fotógrafos en París. Su funeral fue seguido por una multitud dolorida y muy crítica con el desapego de la Familia Real, hasta el punto de poner en cuestión la supervivencia de la propia monarquía. No menos escandalizó a la clase media y al proletariado la relación adulterina entre el príncipe de Gales y Parker Bowles. Las intimidades de Carlos y Camilla fueron grabadas y todo el orbe supo que Carlos en su deseo de máxima intimidad, aspiraba a convertirse en el tampax de su amada. Era imposible imaginar más disparates, pero los hubo. Afortunadamente, la imperturbabilidad de la reina y de la reina madre, a la que se atribuye (no sabemos con que fundamento) el uso de la ginebra como remedio medicinal para casi todo, capearon el temporal. Y hubo final feliz., que es lo que deseamos . Con el paso del tiempo, que es el gran moderador, y Camilla al lado imaginamos que las veleidades de Carlos respecto de las mujeres, se habrán ido enfriando. Ese era el principal problema. Estando yo en Vigo tropecé una madrugada con José Suárez, un argentino que era campeón del mundo de billar artístico. Y miembro destacado del Clan Sinatra. Al menos, así se anunciaba. Entre otros alternaba con el marido de la reina Isabel. Estaba muy preocupado con el príncipe Carlos por lo mucho que le gustaban las “minas”. Estas cosas se sabían en Vigo de madrugada.

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