Opinión | la espiral de la libreta

La ortiga urticante de las listas

El tsunami electoral va depositando sobre la arena de la playa pecios rarunos: el barrio obrero de Usera convertido en Chinatown, chupetes para recién nacidos con el oso y el madroño, al cine por dos euros (si tienes más de 65 años) y la cazadora nueva de Feijóo. Le sienta bien la prenda, la verdad, pues lo libera de cierto envaramiento textil y gestual, y en primavera, ya se sabe, el cierzo arremete en las esquinas de cualquier mitin. Pero el verde caqui, el aire militar de la chupa y la pugna tan reñida en las encuestas indican, ay, que el PP ha decidido sacar la artillería pesada: ETA irrumpe en campaña, otra vez, a cuenta de las candidaturas de Bildu en las municipales. Un asunto espinoso, feo, urticante como una ortiga con mala baba. El PP sabe que mete la cuña en una grieta que divide a los barones socialistas (“yo con los asesinos de ETA, ni a la vuelta de la esquina”, Emiliano García–Page, Castilla–La Mancha).

En efecto, escuece la inclusión en las listas de Bildu de 44 exetarras, aunque siete de ellos, los que fueron sentenciados por delitos de sangre en las décadas de los 80 y 90, ya han anunciado que renunciarán al acta de concejales si resultan elegidos. Hace 14 años del último crimen de ETA (en el acuartelamiento de la Guardia Civil en Palmanova, Mallorca), 12 de la disolución de la banda, EH Bildu es legal y defiende en sus estatutos el rechazo a toda forma de violencia. Estoy con Edu Madina: preferiría no tener en las instituciones a personas que en el pasado creyeron en el asesinato, pero supone un triunfo de la democracia, un logro a pulso, lo mismo que la repulsa del terrorismo sea hoy abrumadora en el País Vasco, donde al fin la atmósfera resulta al menos respirable.

En su día, a la reina Isabel II del Reino Unido le tocó lucir sonrisa y darle un apretón de manos a Martin McGuinness, antiguo comandante del Ejército Republicano Irlandés (IRA). Aquí quienes se han retratado han sido EH Bildu y Arnaldo Otegi, con la elección consciente de esos 44 nombres y no otros. ¿De dónde han venido las presiones para la renuncia de los siete?, ¿de un repentino escalofrío moral? ¿Cuál era el juego? Allá ellos con su estrategia, allá quienes les voten. Si bien la derecha debería dejar de equiparar terrorismo con independentismo, la izquierda aberzale, el núcleo duro, tampoco ha completado sus deberes: rechazar la complicidad con el terrorismo, admitir que matar no tuvo sentido. Es cuestión de tiempo, confío. Pero azuzar a los cabestros con el cencerro electoral juega a la contra.

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