Opinión | la columna

Quererse en elecciones

Le caigo mal a mucha gente, como todos, y aún así me soportan, me tratan con educación, aunque piensen que habitualmente estoy equivocada o soy frívola o muy ideologizada o yo qué sé. Qué menos que devolverles, porque ya saben que esto es un carril de dos direcciones, a los que me despiertan similares sentimientos, la misma cordialidad. La generación a la que pertenezco se crio en un entorno más homogéneo, al principio por obligación dictatorial y después porque la sociedad se fue haciendo poco a poco, luego hemos cogido carrerilla, más diversa, más libre, más valiente en mostrar cada una de las decisiones individuales. En la infancia era todo más monolítico, éramos católicos, en mi casa progresistas, la palabra izquierda sonaba demasiado explícita, que yo sepa heterosexuales, con los roles más marcados y con lo que parecía un futuro de carril.

Crecimos todos y vinieron más, mientras otros se iban, y convivimos activistas católicos con ateos, afines a las religiones meditativas sin llegar a ofender mucho al otro. Como en cualquier familia de la media española, aparecieron votantes conservadores, nacionalistas, izquierdistas a la izquierda, incluso votantes de la derecha de la derecha, de los que hoy se subyugan ante el vídeo fake de Aitana en TikTok cantando el Cara al sol. La defensa del ecologismo y el feminismo aumentó enteros en algunos sectores, mientras que la del consumismo y la libertad individual se instaló en otros. Hemos peleado por el independentismo catalán, por el río Canal Roya, por la ley trans, no siempre los mismos en las mismas posiciones, eso de la falta de adscripción de las nuevas generaciones lo aprendí ahí. Y no va a haber campaña electoral o posicionamientos públicos que nos empujen a ello, que rompan esto.

Todas las familias felices se parecen entre sí, como en Anna Karenina y ninguno de los eslóganes políticos va a conseguir llevar la contraria a Tolstói. Los motivos especiales para sentirnos desgraciados los encontramos en otros ámbitos, algunos incontrolables para la acción humana y otro motivados por la misma, la maldad está entre nosotros y no entiende de identidades políticas y religiosas. La convivencia construida a base de buena voluntad y esfuerzo, con dosis de generosidad, no se puede quebrar por unos resultados políticos u otros. Respetarse, es más, quererse, aunque pienses diametralmente distinto, es la esencia de lo que somos si nos quitamos las capas de prejuicios que llevamos encima porque es una cuestión de piel, de instinto, que poco tiene que ver con tu adscripción política. Además, venimos del mes de abril más caluroso de la historia, así que cuanto menos, mejor.

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