Opinión | Crónicas galantes

El fútbol de la Galicia invisible

Con el Celta bailando en el alambre y el Deportivo varado en Segunda B, Galicia corre el riesgo de quedar sin representación premium en La Liga de Fútbol, que es lo realmente importante en España y gran parte del extranjero. Este viejo reino de la niebla perdería cuota de pantalla en la tele y, por tanto, visibilidad.

Poco importa lucir título de nacionalidad histórica en el Estatuto si luego no puede uno respaldarlo sobre el césped. Obsérvese que de los tres únicos clubes que siempre han jugado en Primera, dos de ellos —Barça y Athletic Club— pertenecen a las otras dos nacionalidades y, muy a menudo, las representan.

Galicia no dispone del poderío financiero de Cataluña o Euskadi: y esa carencia se nota en el campo, claro. Sus equipos apelan, como los de esos felices reinos autónomos, a los mitos fundacionales de la nación, pero falta algo más.

Aunque el Celta evoque ya desde el nombre las tribus de Breogán y luzca los colores patrios en su uniforme de combate, lo que cuentan no son tanto los títulos históricos como los de Liga. Ahí desempeñó un papel sensacional el Deportivo de la reciente era dorada, por más que en unos pocos años pasara del éxtasis de un campeonato nacional con el añadido de copas y supercopas, al tormento de las categorías subalternas.

Si Barça y Athletic —junto al Madrid, por supuesto— viven en la gloria de no haber conocido nunca los infiernos de Segunda, los clubes galaicos se han movido siempre entre la butaca y el gallinero. Salvo una breve Edad de Oro en la que ambos pasearon palmito por Europa, lo suyo ha sido tradicionalmente un bucle de ascensos y descensos que, en cierto modo, reflejaba la precariedad del país.

Habrá quien atribuya esta desgracia a la falta de una burguesía autóctona como Dios y el mercado mandan, aunque eso supondría ignorar que el fútbol es un asunto teológico, antes que económico.

Estos días de final de Liga evocan, desde luego, el Juicio Final en el que los justos alcanzarán el derecho a seguir gozando de partidos de Primera en sus estadios (y de los correspondientes derechos de televisión). Los pecadores que no sumen el número necesario de puntos caerán, a su vez, en el Averno de la Segunda División: un “lago de fuego y azufre” al que la Biblia define, curiosamente, como “la muerte segunda”.

No sorprenderá, por tanto, que los clubes luchen por la “salvación” de sus almas y de sus cuentas, o que se hable de “milagro” cuando la consiguen en circunstancias particularmente adversas.

Los teólogos que definieron el infierno como la pérdida de la visión de Dios estaban haciendo, sin pretenderlo, una perfecta analogía con el fútbol, que es una religión con más patadas y linimento. Aquellos que caigan al abismo de las competiciones subalternas padecerán la pérdida de la presencia estelar en la tele que hace visibles a equipos y jugadores ante los ojos del público.

Es de esperar la salvación del Celta en estas últimas jornadas de agonía y, cuando menos, la ascensión del Deportivo al Purgatorio de Segunda como paso previo a mayores empeños. La funesta alternativa, Dios y el Apóstol no lo quieran, sería que Galicia pasara a ser invisible dentro del Planeta Fútbol. Y no es seguro que haya otro.

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