Opinión | El correo americano

El mitin

La CNN invitó a Donald Trump para que este respondiera a las preguntas de un grupo de votantes republicanos. No hace falta seguir religiosamente las aventuras y desventuras del personaje para adivinar lo que sucedió en ese foro. ¿Qué misterio puede albergar semejante encuentro? ¿Acaso descubriremos algún aspecto de su personalidad o de su liderazgo político que se nos pudo haber escapado? Trump, por supuesto, insistió en la fantasía del fraude electoral, calificando de “estúpidos” a quienes no lo proclamaron vencedor en las elecciones. También insultó a la moderadora, Kaitlan Collins (“persona asquerosa”), y a E. Jean Carroll (“chiflada”), la mujer que lo acusó de abuso sexual (un jurado de Nueva York acaba de condenarlo por ello). Sin embargo, elogió a Putin (“un tipo listo”) y a la muchedumbre que entró en el Capitolio (“fue un día precioso”), anunciando que indultará a muchos de los asaltantes, mientras llamaba “matón” a uno de los policías que intentó proteger el edificio de los vándalos. Y dijo, además, que tenía “todo el derecho” a llevarse documentos oficiales a su casa.

El expresidente mintió e insultó. Mucho. Tanto que corregirlo supondría una pérdida de tiempo que no se puede permitir la televisión. El medio en el que nació. El medio que ahora, a pesar de sus fingidos intentos, no puede deshacerse de él. Porque lo necesita. Se necesitan. Ahí está el problema. Trump se hizo con el control del programa y devoró a la presentadora, cuyas buenas y periodísticas intenciones no valen de nada cuando al entrevistado se le concede una plataforma hecha a su medida para que pueda brillar ante su fans. Mientras Trump insultaba y mentía, la gente se reía. A carcajadas. Y aplaudía. Como si se tratara de un monólogo de un humorista. Eran las risas. The Trump Show. Una autoparodia tan repetida que ya no parece involuntaria. ¿De qué se reía la gente? ¿De sus mofas sobre una mujer que, según ha dictaminado la justicia, fue víctima de (sus) abusos sexuales? ¿De lo políticamente incorrecto que es al decirlo? ¿De cómo defiende a unos tipos que pusieron en peligro la vida de varios representantes, incluida la de su vicepresidente? Quizás pensaban “uy, qué loco”. No lo sabemos. Pero en esas risas y en esos aplausos supuestamente puede vislumbrarse el secreto de su éxito.

La invitación obedece a un cambio de estrategia de la cadena, la cual pretende virar, dicen, hacia el centrismo. Durante su mandato, Trump convirtió a la CNN en su némesis y la CNN le devolvió el favor ejerciendo de oposición oficial. Ahora resulta que, como recomendó Anderson Cooper al defender la decisión de su empresa, tenemos que salir de nuestra torre de marfil para escuchar a la gente que no piensa como nosotros. Hacernos un Voltaire por el bien de los ratings. Vaya. Lo único que justificaba la presencia de Trump en el canal es que Trump es un candidato a la presidencia. No hay duda de que, guste o no, es necesario cubrir su campaña electoral. Cubrirla. No hacerle la campaña. Este formato, un falso town hall, hace que el candidato se crezca ante los suyos. Un periodista no puede hacer nada en este caso; se convierte en el material de sus bromas, en un saco de boxeo, en el sacrificio para la audiencia, en un fact-checker que no hace más que aguar la fiesta con sus datos, diluidos en el ruido de un ambiente festivo/electoral. Cuando muchos responsabilizaron a la cadena del éxito de Trump, Jeff Zucker, antiguo jefe de CNN, reconoció que había sido un error emitir tantos mítines suyos poco después de que anunciara su candidatura. La nueva dirección parece que, en vez de emitirlos, ha optado por organizarlos.

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