Opinión | Sol y sombra

Nadal, la despedida

Rafa Nadal, un gigante entre los grandes, está preparando su despedida. Tiene que explicarlo bien y así todo cuesta creerlo. Pero él mismo lo ha dicho, siempre hay un principio y un final; este tipo de decisión no debe parecer dramática aunque tengamos derecho a compartir las últimas emociones con un deportista que nos ha proporcionado tantas y tan efervescentes en su dilatada carrera. En torno a todo habita el olvido, pero resultará difícil no acordarse de alguien que personifica la ejemplaridad y la cordura, que no suelen prosperar en un terreno tan poco abonado como es el de ciertas celebridades. De Nadal admiramos al atleta tenaz que nunca ha dado el brazo a torcer en las pistas de tenis, peleando cada uno de los puntos con una fuerza mental y una capacidad de superación infinitas, pero también al tipo que ha sabido expresarse con normalidad para que lo entendamos como es debido. En el momento de la despedida, su partido más duro, no podía ser menos: la entereza se ha impuesto al fingimiento y a las lágrimas de cocodrilo habituales en estos casos, y la honradez profesional a la desidia cuando ha recalcado que el año que le queda no va a estar paseándose sino compitiendo por los torneos. Dicho sea con su sencilla naturalidad.

Después de todo, lo mejor de Nadal, algo que ha calado de él entre nosotros, es la poca importancia que se da. Tenistas así hay uno de vez en cuando y no siempre. Pero la humildad y la discreción tampoco abundan, no digo ya en el palco sino en el gallinero, por lo que Rafa resulta admirable. Proliferan los pavos hinchados que ni siquiera son pavos. Los que necesitan como el pan y el agua que la importancia, además de dársela ellos mismos, se la den también los otros, y se refugian en la exhibición de un proyectismo permanente que no se puede racionalmente explicar. Todo lo contrario que este hombre.

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