Opinión | Divaneos

Sabios entre una multitud

En el otoño de 1906 el científico Francis Galton, maestro de la estadística, salió de su casa con la intención de ir a una feria ganadera en Plymouth (Reino Unido), la ciudad en la que residía. En realidad, tenía un interés escaso en el mundo del ganado, acudía con ojos de científico. Estaba obsesionado con la forma en la que se pueden medir las cualidades físicas y mentales y los métodos de selección reproductiva. Ese día en la feria la estrella era un concurso en el que había que medir a ojo de buen cubero el peso de las reses. El ejemplar seleccionado era un buey de gran tamaño que había sido alimentado a conciencia las semanas previas. Frente a él hacía cola una multitud para hacer su apuesta. Era algo así como el prototipo de aquel popular concurso de televisión El precio justo. Se dice que hasta ochocientas personas intentaron dar un resultado aproximado del peso del animal. Entre ellos, supuestos expertos en el género como granjeros o carniceros.

No queda claro si alguno acertó realmente, lo interesante vino después. Galton cogió los papeles en los que los organizadores habían ido apuntando los números y los sometió a toda una seria de pruebas estadísticas, sin demasiado entusiasmo. Su predicción era que la media del grupo iba a desviarse mucho del peso real del animal. Las estimaciones estaban realizadas en base a la opinión de un gran número de personas que habían fallado de forma estrepitosa en el concurso. Sin embargo, la media del grupo apuntaba a que el buey pesaba 1.197 libras (unos 593 kilos). El peso real era de 1.198 libras. La multitud había acertado. Su estimación había sido casi perfecta.

La democracia, a cuya fiesta estamos invitados estos días, bebe de que esa sabiduría de las masas funciona y que tiene todo el sentido del mundo. Antes de que Galton hiciera su experimento, el etnólogo francés Gustave Le Bon publicó un libro que tituló La psicología de las masas y en la que se manifestó horrorizado con el avance de las ideas democráticas en Occidente. Llegó a escribir que “las multitudes nunca pueden realizar un acto que exija un alto grado de inteligencia”.

El experimento de Galton choca con las reflexiones de Le Bon, que tenía entre ceja y ceja a los jurados franceses. Pero hubo un experimento colectivo mucho más impresionante. Fue en 1968. Por aquel año un submarino estadounidense, de nombre Scorpio, desapareció en el Atlántico Norte. La única información que había era la última posición que había transmitido a la Armada. Ni había pistas sobre qué dirección había seguido. La búsqueda abarcaba veinte millas de radio y miles de metros de profundidad. Un oficial de la Marina propuso un plan radicalmente diferente para buscar el vehículo. Reunió a un grupo de matemáticos, ingenieros navales o especialistas de salvamento. Hicieron una apuesta, con botellas de Chivas incluidas como premio, para ver quién se acercaba más a las causas de la emergencia. Una vez reunida la información, Craven aplicó el Teorema de Bayes para estimar las coordenadas del submarino. La nave fue localizada a solo doscientos metros de donde el colectivo había previsto que estaría. El caso es que estos expertos no tenían nada a lo que agarrarse, solo a datos aislados.

Llegados a este punto, la pregunta es si las masas son realmente sabias. Porque cabe otra posibilidad. Hasta ahora se han repasado ejemplos bastante antiguos escritas por ganadores y que presentan un sesgo estadístico, que puede ser resultado de la mera casualidad. Estos días estamos asistiendo a toda una borrachera de encuestas electorales con unos márgenes de error tremendamente abultados y unos niveles de confianza bajos. En realidad, no hay ninguna razón para pensar que una multitud es más inteligente que un solo individuo. Y las elecciones son un claro ejemplo de que las masas no son especialmente sabias. Sin embargo, sí que entre todos pueden resolverse de forma eficiente problemas de cooperación y coordinación, como resume en su libro Cien mejor que uno James Surowiecki, un analista político americano.

Ese tipo de soluciones colectivas funcionan porque no están guiadas por nadie. Dependen exclusivamente de una cooperación, más o menos, desinteresada. El problema llega cuando hay intereses por detrás (como en la política) por eso Surowiecki asegura que el hecho de que las democracias existan y que funcionen de forma pacífica es una demostración de la propia sabiduría de las masas.

Suscríbete para seguir leyendo