Opinión

Cómprate un gurú

La otra mañana estuve escuchando en televisión a Iván Redondo, que fue el gurú favorito de Pedro Sánchez. Habla mucho. Creo que evacuó más quinielas que certezas y creo también que sabe bastante. Lo oí con un buen café y con atención, que son dos cosas que a veces escasean y que pueden resultar difíciles de encontrar. Y menos, juntas. Redondo habló de Extremadura y de Sevilla, de Barcelona y de la Comunidad de Madrid.

Los gurús son tan singulares que no sé si la palabra tiene plural. Gurúes queda un tanto raro. No sé si el gurú nace o se hace, pero pace bien en un plató de televisión aunque su hábitat natural sea la sombra del líder, el susurro estratégico, la pasión contenida, el eslogan afortunado. Redondo ahora escribe en los periódicos y habla en las teles, tiene una empresa y creo que un blog. Como se descuide acaba de periodista. Ha pasado de asesorar al presidente a predicar en los medios. Sánchez acabó harto de él, dicen las lenguas. No las malas lenguas. Redondo es como los entrenadores que saben de fútbol y les da igual el equipo. Lo que quieren es entrenar. Un profesional. Trabajó para el PP extremeño antes de ser habitante monclovita. A veces los políticos no quieren a quien sabe mucho y sí a quien tiene buenas intuiciones. Al científico, datos en mano, que aconseja centrarse en tal provincia se le tiene aprecio y hasta se le paga la nómina, pero al gurú que se inventa un “puedo prometer y prometo” o un “váyase señor González” se le pone un piso y se le invita a la boda del primogénito y hasta se le cita un par de veces en el primer tomo de las memorias. Algún gurú vive de la leyenda de haber sido gurú o consejero de un gran líder. Otros nunca hablan, agrandando así el misterio. Y su caché. Los hay que solo dan entrevistas para hablar mal de Tezanos: quieren su puesto. Un gurú no es exactamente un asesor.

El gurú necesita no trabajar, tener un despacho con mucha luz y que lo dejen pensar. A veces pensamos que está pensando pero está en un bar o de vacaciones en Santiago de Compostela o en Ribadesella o comiendo un cocido con otro gurú. Pero sin hablar. Ambos en silencio, que para eso no son asesores y tienen mucho que elucubrar. El gurú piensa el discurso pero el que se arremanga y lo escribe es el asesor, que está ya un tanto frito. Y celoso del gurú, que tiene acceso al despacho del gran jefe mientras que él aún tiene que pedirle permiso a la secretaria para acceder. Al gurú le va el reto de coger a un chisgarabís y hacerlo concejal. A partir de ahí vive de meterle en la cabeza al concejal que puede llegar a ser ministro. Hay políticos que nunca han cambiado de gurú. Otros le hacen cada año la ITV y si no va bien de faros lo largan. Gurú y asesor tienen en común una cosa: el insulto que más les gusta proferir a otros es charlatán. Vendedor de crecepelo ya no se usa: la gente se hace implantes.

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