Opinión | La espiral de la LIBRETA

Me acuerdo, ‘I remember’, ‘je me souviens’

Hace unos días, la novelista Laura Ferrero (Los astronautas) rescataba de la trastienda la frase que otro autor, Ray Loriga, escribió en Tokio ya no nos quiere (1999): “La memoria es el perro más estúpido; le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa”. En efecto, echas la caña, te pones a pensar hacia atrás y la bajamar acaba escupiendo lo que le place sobre la arena del tiempo: una lata de mejillones oxidada, un revoltijo de algas, un zapato con hambre... La imagen del perro resulta más simpática y certera, porque el asunto de la pesca va por días: en ocasiones, es un chucho alegre, con el rabo inquieto de las lagartijas, el que se pone a escarbar entre los recuerdos; otras, un caniche obsesivo se emperra en desenterrar un hueso viejo; y las más de las veces, es el labrador de mirada melancólica quien se presta fiel al ejercicio. En cualquier caso, no hay palo más competente que la consigna “me acuerdo de…”.

Fue el artista norteamericano Joe Brainard quien estrenó el mecanismo, el mantra repetido, con el libro I Remember (1975): “Me acuerdo del gustillo que me daba rastrear en los cajones de mis padres en busca de condones”. “Me acuerdo de la única vez que he visto a mi madre llorar.

Me estaba comiendo una tarta de albaricoque”. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie tan eficaz resorte mental para repescar naufragios?

Georges Perec

Le siguió el juego el francés Georges Perec, hijo de judíos polacos, con Je me souviens (1978), que acabó convirtiéndose en una caja de resonancia, en un viaje a la memoria colectiva de un país: “Me acuerdo de Mayo del 68”. “Me acuerdo de que una de las primeras decisiones que tomó De Gaulle tras su llegada al poder fue suprimir el cinturón de las chaquetas de los uniformes”.

La edición en castellano, a cargo de Impedimenta, incluye algunas páginas en blanco al final del libro, a petición expresa del autor, para que los lectores anoten los “me acuerdo” que la lectura haya podido suscitarles.

Me acuerdo de la bañera cuadrada con un escalón.

Me acuerdo de aprender a dividir por dos. De los tirones de orejas.

Me acuerdo de la cojera de John Silver el Largo. De la revista Lily.

Me acuerdo de las verbenas, de recorrer los pisos del barrio con la pandilla a la busca de muebles y trastos viejos para la hoguera. De las piulas verdes. De las ristras de mixtos Garibaldi.

Me acuerdo de unos versos de Luis Rosales: “Sí, era verdad, era verdad como una calle que / te lleva a la infancia”.

Prueben la travesía; solo hace falta una cuartilla falsamente en blanco. (Continuará).

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