Opinión | El correo americano

A por Micky Mouse

Disney dice que no va a construir un nuevo complejo corporativo en Florida. Esta cancelación hay que situarla en el contexto de la guerra que Ron DeSantis mantiene con la compañía. Todo empezó cuando Disney criticó una ley aprobada por el gobernador, popularmente conocida como “no digas gay”, que prohíbe la enseñanza sobre orientación sexual e identidad de género en las escuelas. Entonces DeSantis, a fin de ganarse el corazón oscuro de sus bases, se propuso retirarle los “privilegios” a la corporación, que mantenía una suerte de autogobierno en el territorio de los parques temáticos desde 1967 (ostentaba la autoridad de proporcionar servicios municipales, etc.). Uno se pregunta qué hay de conservador en utilizar al gobierno estatal para atacar a una compañía. Uno también pensaba que a los conservadores no les gustaba que las instituciones públicas se entrometieran en los asuntos de las empresas privadas. Pero, como el futuro adversario de DeSantis tiene el mismo encanto que un líder de una secta, el gobernador ha de demostrar su talento para la provocación si pretende sobrevivir bajo el foco del circo político nacional.

Bud Light también padeció un boicot por parte de la derecha cuando Dylan Mulvaney, una influencer transexual, hizo una promoción para esta marca de cerveza. Se llegaron a publicar vídeos en los que se veían a unos tipos disparando contra unas latas y haciéndolas volar por los aires para protestar contra “la ideología de género”. Y el senador Ted Cruz, siempre atento a las polémicas insustanciales con las que sacar algo de provecho, todavía no se ha rendido. Ahora quiere que se abra una investigación sobre esa campaña porque con ella, dice, se buscaba atraer a consumidores jóvenes. Al adoctrinamiento entonces habría que sumarle la temprana dipsomanía. Uno se pregunta si el gobierno federal no tiene nada mejor que hacer que perder dinero y tiempo con estas tonterías. Uno también pensaba que los conservadores no querían ver al gobierno federal ni en pintura, y mucho menos inmiscuyéndose en las operaciones publicitarias de una bebida alcohólica. Resulta que Bud Light subestimó a una parte de su clientela, que está dispuesta a sacrificar sus tragos en el sofá de casa por el honor del movimiento MAGA.

A esto, en fin, es a lo que se dedican estos servidores públicos. Así se convierten en unos héroes de la guerra cultural. Y así, tristemente, siguen ganando las elecciones. Imaginen cuántos titulares y cuántas páginas publicadas sobre las bravuconadas de DeSantis y la cruzada de Ted Cruz. Esta es la derecha estadounidense actual. La que desea seducir a esos que disparan contra unos tercios. La misma que dice combatir a la izquierda woke cuando se trata de hablar de diversidad y de historia afroamericana pero que cancela a Miguel Ángel por pornográfico y se escandaliza con los dibujos de unas chocolatinas (M&M’s). Una derecha que dice defender la libertad de expresión hasta que se presenta un discrepante, ya sea éste un jugador de fútbol americano o un presentador de un programa infantil. “Queremos a Walt Disney, no a Woke Disney”, dijo Mike Pence, muy orgulloso de su ocurrencia (probablemente sugerida por un asesor inspirado), quien se presenta como un “conservador a lo Reagan”. Estos son capaces de señalar a Micky Mouse como el enemigo existencial y de sugerir que tomarse (ciertas) cañas es antiamericano. Menuda campaña nos queda.

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