Opinión | Crónicas galantes

Elecciones a babor en Galicia

Suele decirse por ahí que los gallegos votan rutinariamente a la derecha, pero eso depende. Si las elecciones son autonómicas, lo más probable es que, en efecto, salga ganador el PP, aunque no siempre. Recuérdese que el mismísimo Don Manuel I perdió frente a las izquierdas en el año 2005.

Ahora bien, si se trata de unas votaciones municipales y espesas, los que salen de las urnas en las ciudades son, en general, alcaldes de la banda de babor. En las dos últimas generales de abril y noviembre de 2019 ganó también en Galicia la suma de socialdemócratas y nacionalistas, si bien es cierto que la derecha había triunfado en casi todas las anteriores.

Como en el viejo baile de la yenka, que consistía en dar un paso a la derecha y otro a la izquierda, los votantes de este reino van cambiando de pie según sea la convocatoria electoral. No hay contradicción alguna en ello.

Es la manera que los gallegos tienen de contentar a todo el mundo, bajo el principio de que Dios es bueno, pero no por ello el demonio ha de ser malo. Conviene tener amigos así en el cielo como en el infierno, que nunca sabe uno dónde irá a parar. De ahí nuestra acreditada fama de templagaitas, tan lógica por otra parte en un país que domina ese instrumento.

La tradición sugiere, por tanto, que las izquierdas se harán con el bastón de mando de las principales ciudades en los comicios del domingo, por más que el PP aspire a cobrarse y/o a recobrar alguna aprovechando que el viento sopla a su favor. La incertidumbre es más bien poca y está muy tasada.

Otra cosa es que el partido ganador sea generalmente el que no se presenta. Los gallegos son pueblo famosamente dado a practicar el ayuno del voto incluso antes de que el desencanto llegase a la política. Por más que el número de votantes haya ido aumentando, la media de abstención en las generales oscila entre el 35 por ciento de alguna provincia atlántica y el 45% de las del interior.

Las cifras, bastante superiores al promedio de España, podrían responder a la creencia, muy establecida en Galicia, de que la mejor palabra es la que queda por decir.

Hay quien atribuye esta peculiaridad al carácter tópicamente indeciso de los gallegos; pero no estaría uno tan seguro. La de no votar es, en realidad, una decisión como cualquier otra. Lo explicó cabalmente Mariano Rajoy en una de sus endiabladas frases: “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión: y eso también es una decisión”. Queda claro.

También es verdad que las elecciones locales lo son de proximidad y dependen en gran medida del carisma de los candidatos a alcalde (mayormente, si ya ejercen el cargo). Lo razonable es que aumente la participación y, por una vez, no gane el Partido Abstencionista.

Queda únicamente alguna duda sobre las posibilidades de que Abel Caballero supere el sesenta y tantos por ciento de votos que recolectó hace cuatro años, para seguir avanzando —o no— hacia el objetivo del 100%. El resto de la noche electoral, salvo en un par de ciudades o así, no parece que vaya a ofrecer particulares emociones a los adictos. La tradición es la que es en la tradicional Galicia.

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